Abril de 2005 - Año no. 3 - Edición no. 13 |
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CIUDAD OCULTA
LA CULTURA DEL SILENCIO*
Lenin Castro Orozco
Estudiante de licenciatura en
educación artística. Universidad del Atlántico. Colombia.
Es además un fenómeno que aqueja y adormece día
a día los sueños y anhelos de un futuro mejor de las comunidades
latinoamericanas.
Esta situación tiene su presencia en los en los
sitios mas distantes, donde el estado no ejerce presencia, y
barrios marginados en los cinturones de miseria que proliferan en
torno a las grandes ciudades.
En un intento por demostrar como el silencio se
ha transformado en un bien cultural y parte característica de una
comunidad, este documento se enfocará, en explicar los inicios de
este fenómeno en el barrio la sierrita, en el distrito de
Barranquilla, Colombia.
El inicio
Con una población de mas de 13.000 habitantes, La
Sierrita es un barrio popular del sur occidente de la ciudad costera
de Barranquilla. Poblado aproximadamente hace 50 años, por
moradores de todo el caribe colombiano y, posteriormente por
personas del interior del país las cuales provienen de lugares como
Galapa, Baranoa, Sabanalarga, Soledad, San Estanislao de Cofka, San
Pablo, Cartagena, Luruaco, Turbaco, municipios y pueblos vecinos a
Barranquilla y departamentos como: La Guajira, Magdalena, Sucre,
Córdoba y Santander.
Muchos de ellos en busca de mayores alternativas
laborales y económicas para su desarrollo y de sus familias, en
torno al florecimiento industrial y económico del momento, otros
huyendo de conflictos sociales.
Lográndose emplear, en oficios no calificados
como personal domestico, obreros industriales, vigilantes, chóferes,
comerciantes informales, carpinteros y en la construcción.
Al igual que toda sociedad en desarrollo La
Sierrita tuvo inicios conflictivos marcados por diferencias
ideológicas, étnicas y morales. En corto tiempo el barrio logró
consolidarse en una comunidad de viviendas rudimentarias,
construidas con materiales mixtos, de igual forma se generaron
escuelas de básica informales y sitios de comercio tales como:
tiendas, billares, negocios familiares (productores de butifarra y
papas fritas, materas).
En pocos años y al no contar con planificación
urbanística la comunidad experimentó rápidamente una notable
sobrepoblación, que limitó el uso de los recursos, conllevando a
muchas personas sin vivienda a apropiarse de cuanto espacio
estuviese libre (arroyos, lomas, humedales) no importando los
riesgos para la salud.
Tales condiciones generaron en la población una
división de clases sociales personas de calles principales vs.
personas de suburbios, desarrollándose en estos últimos, un
resentimiento social.
Este resentimiento sumado ala la falta de
empleos, y las malas condiciones de vida, hicieron de los suburbios
espacios aptos para la aparición de nuevas y nocivas organizaciones:
las pandillas (jóvenes desempleados con adicciones, interés y
actividades en común). Se auto denominaron tomando nombres
desacuerdo a los sectores que representaban y según las actividades
económicas desarrolladas en ellos, es el caso de:
Los
poteras este grupo residía cerca de una micro empresa de
poteras para plantas ornamentales.
Pirañas, grupo sectorizado cerca de
vendedores de pescado,
Coroncoros, grupo ubicado en
asentamientos de raza negra,
Caras de perro, grupo ubicado cerca
de una danza del carnaval el perro negro.
Nivel tecnoéconomico
Tales jóvenes al no contar con fuentes económicas
estables que permitieran sostener estos modos de vida, optaron por
delinquir vendiendo drogas y robando a vecinos de barrios
circunvecinos durante la noche.
Con el tiempo el lugar se convirtió en un espacio
sitiado por las pandillas y delincuentes de muchos sectores que se
congregaban en billares y kz’s en torno de música de pick up y
animados por ritmos de terapia, africanos, salsa jíbara, con la
intención de reclutar jóvenes para robos mayores en toda la ciudad.
La disputa del terreno por parte de estos grupos
fue otro de los graves y rutinarios problemas de la comunidad ya que
esta situación provoco, desplazamientos de familias a sectores más
seguros, las riñas callejeras, los lanzamientos de piedras y daños
sobre los techos, las heridas de arma blanca y muertes juveniles era
ya asunto del diario vivir.
Las pandillas se tornaron muy agresivas y tenían
influencia en casi todas las decisiones de la vida del barrio, para
mantener este poderío y respeto se valían de armas de fuego hechizas
como changotes (rudimentarias escopetas), chopos (pequeñas armas de
un disparo), peines con pocos dientes para ejercitarse en la lucha
con armas blancas, patas de cabra (barras de hierro usadas para
tumbar las puertas de viviendas a hurtar)
Con la incorporación de este poder bélico la
comunidad experimentó sensibles cambios de hábitos, el ritmo de vida
se limito a tempranas horas de la noche, las rejas de hierro que
antes eran un objeto decorativo pasaron a ser un objeto necesario
para proteger bienes y la tranquilidad, tanto que en estos momentos
no existe en el barrio ninguna vivienda que no posea una reja
metálica por seguridad.
La construcción de vías al interior y en las
periferias del sector ampliaron y diversificaron el campo de acción
de las pandillas asaltando vehículos: repartidores de pan, cerveza,
gaseosas, leche, cobradores, y taxis estos últimos atraídos con
engaños.
Tales hechos atrajeron la atención de la ciudad
sectorizando el barrio según focos de inseguridad siendo de mayor
renombre los sectores del serrucho, la cueva, la bombonera,
gustadera, la baranda, placita y rincón guapo, muchos de estos
nombres dados por tiendas cercanas al sector.
Aunque mucho de los delitos se cometían a la luz
del día y a la vista de todos, teniendo como testigos decenas de
miembros de la comunidad, nadie se atrevía (ni se atreve) a
denunciar o solidarizarse con las victimas.
Tal parece que la única conducta lógica a seguir
es guardar silencio. Pues a diario se murmura por las calles
“asaltaron el carro de la leche”, “asaltaron el carro de
cerveza”, “y fueron los hijos de la señora tal y la señora
tal”, todos lo murmuran pero a nadie delatan, muchos voltean la
mirada y fingen que nada sucede. Por su parte los testigos directos
demuestran su inconformidad al ver sus vidas amenazadas, en un gesto
de solidaridad, pero todo acto en contra de estos hechos se limita a
los fríos comentarios.
Cual sea el caso, la realidad es que una vez
cometido el hecho y tras los breves e improvisados operativos de la
policía, el barrio nuevamente vuelve a ser el mismo, y sus
habitantes por ende deben seguir conviviendo con sus problemas, como
lo han hecho siempre. Siendo el silencio lo único en común, como
símbolo entrañable de un pacto, que nadie sabe cuando empezó, pero
que todos hemos firmado con nuestro silencio. Y que a cada momento
se reescribe.
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