Joseph
Hodara
Universidad de Bar Ilan - Israel
Enfoques
y contexto
Las interacciones recíprocas entre ciencia, política y universidad
consienten en general variados puntos de vista (Andersson 1984). A uno de
ellos llamaré "la visión platónica", es decir, el examen de
estas variables en cuanto arquetipos abstractos, analíticos y por ende
ahistóricos, desasidos del tiempo- lugar, aunque ocasionalmente recurren
a observaciones reales para ejempli- ficar alguna premisa o generalización.
En este contexto la ciencia escenifica un diálogo platónico con algunas
referencias empíricas (Agassi 1984). Los clásicos ensayos de Max Weber
concernientes a las vocaciones peculiares de la ciencia y la política
-incluyendo puntos de contacto y de fricción entre ambas- se aproxima, a
mi juicio, a este género reflexivo (Weber 1986). Los "tipos
ideales" propuestos por el sociólogo alemán inspiraron
ulteriormente estudios pormenorizados dirigidos por intenciones ideológicas
e intelectuales dispares (Barber-Hirsch 1962; Salomon 1973; Rose-Rose
1976a, 1976b; Ravetz,1971; Woolgar 1988).
La segunda perspectiva es francamente histórico-comparativa (Hodara 1969;
Ben David 1991). Consiste en la desagregación de los elementos que
integran el ethos del científico y del político, de sus respectivos
valores normativos, de las motivaciones y de la socialización que los
impele junto con las influyentes transacciones y redes de comunicación.
Tras ello aborda situaciones acotadas, específicas, donde las tensiones
entre el poder y la investigación académica se manifiestan con
particular intensidad. Cierta- mente, esta actitud influyó en asuntos
como el esclarecimiento del origen de las disciplinas académicas, el
despliegue de la "idea de la Universidad" y la caracterización
de las modalidades de control (exógenas y endógenas) que gravitan sobre
el quehacer científico y académico (Beyerchen 1977; Collins 1981).
Un tercer punto de vista coloca a la ciencia en un entorno de variables o
espacios sociales (ideologías, ejercicio político, universidad, aparato
económi- co) y debate las relaciones mutuas entre ellos, incluyendo las
aristas de conflicto y las estrategias opcionales de sobrevivencia de los
científicos en ambientes políticamente hostiles (Cole-Cole 1973; Hodara
1970 y 1973; Holton 1993).
Por último, la cuarta ruta explorada por la literatura pertinente refiere
el deslinde sistemático entre ciencia y tecnología como dos quehaceres
radicalmente diferentes, ubicados en ecologías también dispares. Esta
actitud subraya que los gobiernos y los administradores de la ciencia se
interesan en la investigación académica apreciando en particular sus
productos tangibles y transables que ulteriormente aportan al logro de
metas nacionales convenidas por la élite gobernante. Las aplicaciones técnicas
de la investigación académica son percibidas en este contexto como el
objetivo óptimo y deseado de esta actividad. Y con frecuencia -en
particular en las "economías de mercado", como se verá- como
un criterio de pertinencia y de utilidad social de las investigaciones. En
otras palabras, el discurso público calibra a la comunidad científica a
través del grado de aplicabilidad práctica de sus ajetreos y del aporte
que dispensan a aspiraciones colectivas (Price 1965; Horowitz 1977; Mulkay
1991).
No han faltado, desde luego, análisis de alcance general que han abordado
las tensiones entre los investigadores universitarios y los
administradores de la ciencia (Nelkin 1976 y 1977; Cotgrove-Box 1979).
Consideran estos últimos el desempeño de funciones de intermediación
entre los gobiernos que asignan recursos (financieros, infraestructurales,
estímulos) y las colectividades universitarias, intermediación que no
implica por fuerza una lealtad excluyente o incondicionada a algunas de
las partes (Ezrahi 1974). El interés en los "administradores de la
ciencia" emana de hechos que indican que los estilos de vigilancia
burocrática y académica gravitan perceptiblemente en la productividad
del investigador (Hollara 1970), en la diferenciación de las disciplinas
(Ben David 1991) y en el régimen de sanciones (premios y castigos) que
norma al científico (Joravsky 1970; Gaston 1978).
Las indagaciones en torno a estas cuatro perspectivas se iniciaron en las
sociedades industriales, pero relativamente pronto fueron transplantadas a
sistemas nacionales económica y científicamente rezagados, en los que la
fragilidad de la infraestructura universitaria y las -insuficiencias del
capital humano entorpecen sustancialmente el crecimiento y la sana
diferenciación estructural (Spiegel-Rosing y Price 1977). El hallazgo
principal de estos trabajos que atienden "el subdesarrollo científico,
tecnológico y académico" subraya que política, ciencia y
universidad se entrelazan con rasgos singulares en estos entornos y que
los nexos generalmente conflictivos entre ellos fluyen con circunstancias
peculiares que, para comprenderlas, deben considerarse las dinámicas e
inercias generales del subdesarrollo y de la "modernización
incipiente". Este es el contexto de las instituciones universitarias
latinoameri- canas (Hodara 1986) que hoy encaran un doble viraje: la
apertura neoliberal del entorno y la norteamericanización de la fisonomía
formal de la educación superior (Fuenzalida 1992). En este contexto
abordaré algunos ángulos de la tríada política-ciencia-universidad.
Más claramente, mi propósito es examinar -en primer lugar- las
configuraciones sociales y cognitivas del crecimiento científico en
sistemas industriales "maduros" con el designio de contar con un
marco de referencia; después, las condiciones o "climas" que la
investigación y los investigadores reclaman para obtener alcances óptimos,
reclamaciones que hoy alimentan el discurso académico latinoamericano;
por último, las tensiones entre la ecología científica y universitaria,
por un lado, y los sectores gubernamentales y la sociedad civil, por el
otro, en la coyuntura de los noventa marcada por la brusca transición de
un modelo "cerrado" de crecimiento a otro formalmente
"abierto" (CEPAL 1992). Las tensiones se vislumbrarán empíricamente
en dos niveles: el primero hará referencia a la institucionalización de
la ciencia en el noroeste mexicano, donde se encuentran impulsos de dos
centros culturales dispares; el segundo abordará casos generales que
ilustran la creciente transnacionalización de la educación superior
latinoamericana y los límites de este proceso.
Modelos de crecimiento científico
Historiadores, sociólogos y epistemólogos entregan provocativas
contribu- ciones e hipótesis respecto de las modalidades, prerrequisitos
y determinantes de la expansión científica (Crombie 1963; Hagstrom 1965;
Merton 1973; Popper 1959; Popper 1963; Mulkay 1991). También amplían la
comprensión del cambio científico y de las normas y estructuras que lo
regulan (Kuhn 1970; Mitroff 1974; Ben David 1991). Con ajustes
indispensables, estas exploraciones han estimulado el cotejo de los
modelos sugeridos y su relativa validez en él contexto de la estructuración
particular del poder y del saber en países semi-industrializados o de
trunca industrialización, como los latinoamericanos-(Hodara 1984).
Basándome en nociones propuestas por Mulkay (1991), presentaré cuatro
modelos de crecimiento científico, atendiendo en especial sus contornos
político-administrativos. En otras palabras, mi propósito no es exponer
estos formatos ponderando su organización (lógica y sociológica)
interna; más bien pretendo inferir de cada configuración el tipo de
relaciones que establece -o supone- la comunidad científica con el poder
en cuanto fuente de recursos y de legitimidad. Conjeturo que por esta vía
me aproximaré a conceptos y deslindes particularmente pertinentes para el
ejercicio de la investigación en la universidad latinoamericana en esta
fase neoliberal.
El primer modelo es marcadamente abierto y lineal. Su apertura se
manifiesta en las normas de conducta (o ethos) que disciplinan y codifican
el comportamiento científico, la socialización científica y las
sanciones corespondientes por logros y desviaciones. Es obvio que el
ethos, en este caso igualitario y competitivo, no es sólo un mecanismo
regulador de la conducta individual del académico, como Merton postuló
en su momento (Merton 1938). A mi juicio, esta normatividad selecciona,
distribuye y tamiza los recursos disponibles humanos a la vez que explica
la extrema rigurosidad de los criterios de movilidad, de estratificación
y de acumulación en la ciencia (Ben David, 1991). La linealidad sugiere
el carácter del avance: es progresivo, "razonable", sin
mutaciones bruscas y sin subversiones caóticas. Una suerte de causalidad
transparente, euclidiana, gobierna y explica el imparable adelanto de la
ciencia, excepto en un entorno cerrado y antidemocrático (Bogdanor 1984).
Este modelo profesa, además, que los científicos constituyen en los
marcos universitarios una comunidad regida por la solidaridad orgánica
(en el sentido de Durkheim); que sus grados de autonomía funcional son
muy altos; que el propósito esencial consiste en organizar y difundir
conocimientos certificados, esto es, debidamente convalidados por la
comunidad científica y que ésta posee criterios propios y excluyentes
para calificar a sus miembros (Ziman 1968). Aunque el conocimiento científico
puro (en contraste con sus productos industrialmente viables) es
socialmente neutro, o sea que no afecta deliberadamente las pugnas ideológicas
e intelectuales que se verifican fuera de esta comunidad, sólo algunas
políticas culturales permiten y legitiman su expresión pública. Específicamente
se apunta a la democracia liberal (Merton 1938), pues en un régimen
fascista no habría sitio -según este modelo- para una comunidad académica
intensamente solidaria en términos intelectuales y emocionales (Agassi
1984). Diré de paso que la postura de Merton fue extremadamente simplista
en su momento. Sus tesis ya han sido rectificadas y matizadas (Hodara
1969; Graham 1972; Mulkay 1991).
Este esquema analítico profesa que los científicos tienen no sólo una
"mentalidad abierta" y exhiben celo por el canje sin
restricciones de la información. Postula, además, que la sociedad global
-incluyendo el poder político- carece de prejuicios organizados y de
capacidad de bloqueo; el tráfico de ideas fluye sin resistencias
importantes. En este contorno, la investigación científica es
socialmente redituable puesto que, a la corta o a la larga, se traduce en
datos y en artefactos que benefician a la colectividad (nacional e
internacional). Así las cosas, la universidad es coto legítimo y
excluyente de los líderes científicos que encarnan por definición
ocupacional y por vocación cuasi-apostólica las normas y símbolos
sociales de la ciencia; por otra parte, el papel de los administradores de
la comunidad académica es doble: reconocer y adaptarse al ethos científico
(simultáneamente igualitario y competitivo) y optimizar la gestión
financiera respecto de las agencias que aportan recursos (Ben David 1991).
A mi juicio, este modelo representa una conveniente ideología (aparte de
utopía benévola) de los investigadores académicos, particularmente útil
para definir lo que hacen y cómo lo hacen cuando ejercen interacciones
con el poder y la sociedad. En rigor, este modelo jamás se ufanó de
tener validez empírica cuando fue formulado coherentemente por primera
vez (Merton 1938) y mucho menos la obtiene hoy cuando lo cuestionan
reiteradamente indagaciones sobre la investigación científica (Mitroff
1984; Hodara 1996).
El segundo modelo es cerrado. Se desvía claramente del ethos
mertoniano y pone en relieve los disensos y la funcionalidad de las
antinormas (Mitroff 1977). Así afirma que los científicos (el concepto
de "comunidad" es obviamente cuestionado) se conceden unos a
otros reconocimientos profesionales en la medida en que los reconocidos se
ajustan a normas sociales (no cognitivas) impuestas por los líderes de la
disciplina; que la socialización científica es intrínsecamente
conformista; que el suministro de información científica es libre sólo
cuando el investigador ha concluido su trabajo o cuando está seguro de
que le rendirán crédito colegial por el hallazgo y que la ciencia no
constituye una unidad social o cognitiva: cada disciplina y línea de
investigación encara problemas específicos, trabaja con técnicas
particulares y, lo más importante, se despliega en un entorno que la
apoya o penaliza selectivamente, conforme a las ventajas y amenazas
sociales que dispara (Collins 1981; Ben David 1991).
Esta definición de la realidad científica se ajusta más a las
evidencias empíricas disponibles que la anterior, aunque como ideología
es incon- veniente para la comunidad académica: no es aconsejable que la
sociedad y/ o los poderes sepan demasiado acerca de las tensiones endógenas
del quehacer científico. Sin embargo, el modelo cerrado no puede explicar
el carácter acumulativo y progresivo del conocimiento científico. Porque
si los líderes científicos imponen consensos, la educación científica
es más conformista que creativa, la comunicación transdisciplinaria es
improbable y difícil y si las antinormas se institucionalizan sin
contrapesos, ¿cómo se pueden explicar fenómenos como la acumulación
por obra de innovaciones científicas, la recompensa a la originalidad y
las aplicaciones técnicas que suele originar el conocimiento?
Sin embargo -para hacer justicia a este modelo- cabe puntualizar que
ciencia y tecnología representan dos entidades epistemológicas y
sociales distintas y separables (Price 1965; Hodara 1986 y 1990); un
hallazgo científico imperfecto puede gestar excelentes técnicas y una
tecnología comercializable no se fundamenta necesariamente en
realizaciones científicas básicas (Bunge 1965). Precisamente, esta
ausencia de deslinde entre ciencia y tecnología es uno de los extravíos
básicos de los planes latinoamericanos que estuvieron en boga en los
setenta y ochenta para estas áreas (Hodara 1985).
Cabe subrayar que el formato cerrado, a semejanza del abierto, abomina de
intervenciones externas que perturban la "normalidad de las
antinormas" y el quehacer científico presidido por el
correspondiente paradigma. Sin embargo, el primero debe negociar con
estructuras políticas sofocantes, ausentes en el entorno del segundo. La
negociación procura concertar alianzas entre las élites, un hecho
profusamente documentado en la evolución de una disciplina que padece
asaltos y represiones por parte de los políticos (Santillana, 1963;
Joravsky, 1970; Hodara 1969).
El tercer modelo de crecimiento es la diferenciación interna
dentro de la comunidad científica. No se opone tajantemente a los
anteriores sino que más bien los enriquece, concurriendo con ellos en la
resistencia a cualquier factor externo que impida su despliegue. Es
particularmente válido como recurso explicativo cuando el interés por
una línea de investigación o por un nuevo tema seduce a redes de
estudiosos de diversos países y disciplinas. Si la comunicación entre
ellos es reducida, probablemente se verificarán "hallazgos simultáneos",
"pugnas por la prioridad" y otros fenómenos atendidos por la
sociología de la ciencia (Merton 1973). Los primeros frutos de este
impulso aparecerán en revistas profesionales de índole general, conducto
por el cual los pioneros de la disciplina en embrión empiezan a
conocerse. Con el tiempo establecerán "colegios invisibles"
(Crane 1972) que a su turno habrán de concertar foros y medios de expresión
particulares y especializados. Nótese que en esta expansión no existe
linealidad -como postula el modelo abierto- ni impugnación organizada a
los poderes científicos constituidos, como es previsible en el cerrado
(Mulkay 1991). No hay contra quién sublevarse. Los cultivadores de la
disciplina naciente negocian consensos, normas, procedi- mientos -y
perspectivas, con el objeto de llegar a una división interna del campo y
del trabajo, con dos propósitos: ampliar los espacios de indagación y
reducir la competencia disfuncional. Cada investigador se asigna un nicho,
pudiendo por esta vía ganar todos sin -conmover las bases del sistema
científico, gracias a una diversificación o -migración
interdisciplinarias. El ciclo se repetirá hasta el grado del -agotamiento
relativo del campo disciplinario.
Es obvio que cualquier factor que obstaculice esta ramificación será
resistido. De hecho, la resistencia no puede emanar del modelo abierto
pues glorifica toda innovación, ni del cerrado ya que neutraliza
cualquier amenaza. La perturbación al crecimiento de la disciplina tendrá
origen externo. A largo plazo, el traslado de los científicos de un país
a otro eliminará escollos, como se observa en el desarrollo del psicoanálisis
como disciplina y del marxismo como teoría social académicamente
respetable.
El cuarto modelo de acumulación científica se inspira en el
cotejo de experiencias ocurridas en países científicamente marginales
como los latinoamericanos (Hodara 1982; Halty-Carrere 1986). La
marginalidad se mide en este contexto de diversas maneras: el aporte
comparativamente modesto al acervo mundial de conocimientos científicos
(Garfield 1984); la débil institucionalización y normatividad del
trabajo científico; una autonomía funcional espasmódica, de ciclos
cortos, de las instituciones académicas, que lesiona investigaciones a
largo plazo; la intrigante convivencia de desvinculaciones sistémicas
entre ciencia y sociedad, aunque con dependencias estrechas entre ciencia
y poder; la producción científica a través de transplantes externos más
que por canjes intelectuales dentro del sistema nacional. Estos rasgos
llevan a postular que los países periféricos, independientemente de su
tamaño físico, constituyen sistemas científicos "pequeños"
con los dilemas inherentes (Ben David 1962). Sin embargo, las naciones
preindustriales (o con industrialización poco densa en innovaciones como
la latinoamericana) tienden a institucionalizar distancias sociales e
intelectuales respecto del "centro" científico, mientras que
las dinámicamente industrializadas forjan permanentes contactos con
instituciones y jueces externos que exhiben y reproducen excelencia científica.
¿Cómo se genera el crecimiento científico en este modelo? Con enormes
dificultades si en verdad tiene lugar (Wionczek 1980; Urquidi 1986). En
este contexto, la organización interna de la disciplina y la
vulnerabilidad de las instituciones académicas son variables sensibles.
Si se trata de una disciplina "madura" (en el sentido kuhniano,
de un código intelectual téorico ampliamente aceptado), la importación,
el trasplante y la re-elaboración de temas y procedimientos son
relativamente llanos y facilítarán ulteriormente la comunicación con
los centros de referencia que marcan ritmo y rumbo a la disciplina. No será
el caso de disciplinas "jóvenes", que apenas podrán liberarse
de ciclos cortos de auge y de crisis. Estas carecen de una estrategia de
sobrevivencia por su extrema fragilidad, a la que se suman disensos más
personalizados que sustantivos.
Por otra parte, -las universidades altamente vulnerables -(política y -
económicamente) presentarán fases cortas de crecimiento a causa de la
intrusión exitosa de factores externos alejados del quehacer científico.
Los progresos son aleatorios por obra de varios círculos viciosos. Uno de
ellos es la ausencia o la carencia de expedientes financieros externos (públicos
y privados) que disminuye los alcances de la investigación; por estrechez
de recursos, los investigadores no pueden presentar resultados
competitivos y atendibles en tribunas internacionales y nacionales. Y esta
circunstancia merma, en nueva cuenta, potenciales apoyos. Otro se refiere
al reclutamiento de recursos humanos. Como la rentabilidad privada de la
vocación científica es relativamente baja y apreciables las
incertidumbres, el personal calificado es seducido por otras ocupaciones.
Ocurre que la estructuración de las recompensas sociales lesiona a múltiples
grupos, incluyendo a los que podrían escoger la ciencia. Esta distorsión
explica fenómenos conocidos como la migración interna de investigadores
prometedores a otros sectores de la actividad; el traslado jubiloso
-aunque no lo confiesen- de investigadores universitarios a puestos mejor
remunerados de la administración científica; la aceptación científicamente
desgastante de varios puestos de trabajo para maximizar ingresos y
certidumbre. Naturalmente, las distorsiones se magnifican cuando el
plantel administrativo de centros de investigación supera en número, en
ingreso agregado e incluso en autoridad al plantel académico.
Estos círculos viciosos se autoalimentan y reproducen. Sin embargo, dos
procesos despuntan en la región que sugieren la posibilidad de
desarmarlos: la apertura económica, por un lado, y la norteamericanización
de la educación superior, por el otro. Estos procesos serán observados a
continuación en dos niveles diferentes: uno es "micro" y
refiere el encuentro ambivalente en el norte mexicano de dos culturas
científicas dispares; el otro es "macro" y aborda la irrupción
de las prácticas neoliberales y su impacto en la universidad y en la
institucionalización de la investigación científica.
La convivencia conflictiva de la normatividad científica y de la
cultura política en la frontera norte de México.
Las tensiones entre Estados Unidos y México estan marcadas y
caracterizadas por la vecindad geográfica y un abismo cultural (Castañeda
- Pastor 1989; Hodara 1994). No se pretende aquí señalar pulcramente la
etiología de esta convivencia de soledades mancomunadas ni su trayectoria
hasta llegar al presente momento, en que los enlaces bilaterales tienden a
fortalecerse sobre fundamentos comerciales sustentados en el Tratado de
Libre Comercio (Urquidi 1992). Más bien sugeriré, con base en información
todavía fragmentaria, dos hipótesis de trabajo:
-
las
culturas políticas y científicas de México y Estados Unidos
difieren significativamente, aunque la científica mexicana está
intentando -como en otras latitudes- emular las fórmulas normativas e
institucionales de Estados Unidos, hoy centro hegemónico (Ben David
1991, Fuenzalida 1992);
-
estas
apreciables diferencias plantean tensiones y dilemas en los centros
universitarios de investigación localizados en la frontera norte de México.
Algunos
comentarios sobre la primera hipótesis. La cultura política de México
fue modelada por complejas circunstancias; es pertinente recordar en este
marco cuatro de ellas, ampliamente comentadas en la literatura.
-
La
Conquista:
México asimiló elementos de la cultura española
(idioma, jurisprudencia, cristianismo, mercantilismo) cuando ésta se
debatía en una sofocante contra-reforma (apenas aceptaba el
"subversivo" erasmismo) a significativa distancia de las
revoluciones comerciales y humanistas que prepararon las grandes
mutaciones de Europa (Bataillon 1996). Las turbulencias internas que
siguieron a la Independencia impidieron a México desembarazarse de
una acultura- ción premoderna. Ninguna política pública (exterior,
educativa, migratoria, económica) fue aplicada de modo consistente y
sostenido con el designio de transformar los sedimentos primarios
(Hodara 1996).
-
La
pauta económica de crecimiento:
En el siglo XX, sobre las bases
del Porfiriato y la Revolución, México inició un proceso de
industrializa- ción exógenamente inducido, a semejanza de otros países
latinoameri- canos. Las manifestaciones y consecuencias de la
industrialización sustitutiva han sido profusamente discutidas. Dio
lugar, para resumir- las, a una cultura económica que desalentó las
innovaciones empresa- riales y técnicas mayores, dio cauce a
dependencias sistémicas entre la economía y la política y magnificó
distorsiones iniciales en materia de precios, ingresos y rentabilidad.
El contraste con la circunstancia económica norteamericana es
transparente. La industrialización en este último contexto absorbió
y creó tecnologías; tuvo alcances internacio- nales en franca
competencia con los imperialismos europeos; el mito del self-made man
motivó y movilizó empresarios y las tendencias expansivas del Estado
fueron celosamente resistidas.
-
La
hegemonía excluyente del Estado:
En parte por arraigadas
tradiciones institucionales y en parte por el nacionalismo económico
inherente a los patrones de industrialización sustitutiva, el Estado
mexicano se constituyó no sólo en un "ogro filantrópico"
sino en una fuente cuasi monopólica (particularmente en los sectores
urbanos) de los símbolos y valores de la imaginación colectiva. Se
preservaron nichos populares gracias a profundas y autónomas
tradiciones. Pero las fuerzas nuevas (empresarios, científicos, burócratas)
se ajustaron a los márgenes de este monopolio. Tanto las dependencias
estructurales como las personales y las personalizadas se consolidaron
en este régimen incorporativo.
-
Fisonomía
gubernamental y política que contrasta con la de Estados Unidos:
En este contexto, las fuentes de poder, de símbolos y de valores
muestran alta y competitiva dispersión; la politización del gasto público
es mínima (salvo en tensos períodos electorales) y las fuerzas de la
modernidad industrial no concibieron al Estado como referencia
indispensable y excluyente (Nuncio 1987).
-
Las
lealtades corporativas:
Debido al alcance relativamente modesto de
los mecanismos de control (sólo los sistemas posindustriales pueden
incubar regímenes rigurosamente totalitarios), el Estado mexicano
estimuló la piramidalización de los poderes a través de una
compleja red de cacicazgos y de agrupaciones cooptadas por él. La retórica
fue moderna pero la concepción y la manipulación de las lealtades se
apegaron a pautas feudales. Surgen aquí modalidades ampliamente
estudiadas por los politólogos y mexicanistas: la dispensa de favores
personales con recursos públicos, el rumor y la insinuación como
lenguajes dominantes de la comunicación, la "grilla" como
receptáculo de desinformaciones intencionales, la visible
jerarquización de funciones disimulada por liturgias paternalistas,
los pavores silenciosos que abruman y penalizan al "desleal"
e intimidan a los "leales", los "golpes debajo del
agua" y las apreciaciones personalizadas de rivalidades y de
situaciones (Krauze 1994).
Conjeturo
que estas configuraciones culturales gravitaron en la institucio- nalización
de la ciencia mexicana. El ethos científico apenas pudo organizarse
conforme al modelo abierto de crecimiento a causa de inflexibles
resistencias: la aculturación española, las propensiones adversas a la
innovación, el control gubernamental de la simbología (o imaginario)
colectiva y la personalización de las relaciones de poder. Tampoco el
ethos floreció promisoriamente según los modelos cerrados o
diversificados, debido a la ausencia de masas críticas en los recursos,
en la acumulación intelectual y en la cooperación pactada con el
exterior.
Estos señalamientos no implican ni privación absoluta del ethos científico
en México ni malicia anti-intelectual inexorable de la autoridad pública.
Sólo sugieren la índole de las tensiones que marcan a la ciencia y a la
universidad respecto del poder. Ciertamente, la intensa tradición y las
acres memorias de conflictos entre gobiernos y centros de educación
superior, por una parte, y la dependencia de muchos de ellos respecto de
la tecnoburocracia guberna- mental y de las finanzas públicas por la
otra, han engrosado las dificultades.
¿Cómo se despliegan y negocian estas colisiones estructurales entre
poder y ciencia universitaria en espacios de intersección de ethos como
los que se advierten en la frontera norte de México? Sin duda, con mayor
dramatismo que en el centro político y académico del país. La
adyacencia geográfica de México con Estados Unidos involucra problemas
específicos que justifican la existencia y la actividad de instituciones
especializadas de investigación. Presionados por dos configu- raciones
culturales discrepantes, los núcleos de creación científica en la
frontera norte mexicana (universidades públicas y privadas, institutos
especializados) deben mostrar sabiduría para decantar lo mejor de ambas.
Es obvio que si se rinden pasivamente a -o incluso si pactan con- la
politización sistémica que emana del Distrito Federal, no hay lugar para
una sostenida normatividad científica; en estas circunstancias, los núcleos
señalados reconocerán ciclos intermitentes de auge y de estancamiento,
de creativa convergencia disciplinaria junto con dispersión caótica. Por
otra parte, si las instituciones de investigación científica imitan los
textos normativos y referenciales de Estados Unidos, tampoco irán lejos
por el infeliz olvido del contexto. Se repetirán los espasmos de
actividad y atonía, aunque por otras razones.
¿Cómo despejar esta paradoja? ¿En qué elementos podría fundarse la
estrategia de incubación, preservación y fortalecimiento del ethos científico
en este espacio sitiado por beligerantes aunque rivales estímulos
culturales? ¿Y en qué medida el discurso neoliberal que se impuso desde
1985 ayuda a aflojar las restricciones de la investigación mexicana? El
liderazgo de las instituciones científicas fronterizas procura desempeñar
tres papeles básicos:
-
La
gestión eficaz de recursos en las instancias del centro geopolítico
representado por el Distrito Federal.
-
La
institucionalización de una coherente, competitiva e impersonal
normatividad académica en estos centros de investigación. Este
impulso se apega al modelo abierto de crecimiento científico, que
irradia su influencia desde las principales universidades
norteamericanas (Califor- nia, Texas). Naturalmente, la asignación de
los recursos movilizados procura satisfacer los criterios de esta
normatividad. Obviamente, dilapidarlos a través de planteles
administrativos de volumen despro- porcionado y de gestos obsequiosos
discrecionales significará un retroceso académico y la aceptación
de las intrusiones de la cultura política del entorno.
-
La
intermediación activa entre los centros de investigación y los núcleos
norteamericanos de excelencia científica con el fin de alentar la
competencia y la competitividad de los investigadores.
El
desempeño de estos tres papeles se complementa con otra tarea vital: la
resocialización científica permanente de los investigadores
universitarios, que se guía normativamente por los siguientes principios:
- La diversificación de las referencias organizacionales e intelectuales
significativas.
-
La
mudanza normativa de paradigmas de investigación, con el consiguiente
recambio de líderes científicos.
-
La
anticipación de opciones de crecimiento profesional de los
investigadores para el caso de que la politización institucional
lesione sin remedio a la normatividad científica.
-
La
inteligente y oportuna adopción del modelo diversificado de
crecimiento científico una vez que se haya alcanzado masa crítica en
las investigaciones. Este acto implica alta flexibilidad
organizacional y cognitiva para instituir nuevas líneas
disciplinarias y transdisciplinarias.
Los
intercambios comerciales y financieros auspiciados por el Tratado de Libre
Comercio (TLC) podrían apuntalar la estrategia de sobrevivencia,
pervivencia y fortalecimiento de las instituciones académicas en este
espacio fronterizo abrumado por culturas en colisión. Sin embargo, las
observaciones de otro nivel -macro y comparativo- sustentan la hipótesis
de que la norteamericanización de la cultura científica latinoamericana
no gesta resultados ni espontáneos ni necesarios si las comunidades científicas
locales no modifican sus pautas tradicionales de conducta y evaluación.
Transito entonces a este nivel.
Liberalismo económico e internacionalización científica
Desde los setenta se difunden en América Latina las críticas al
"modelo industrial por sustitución de importaciones" (ISI).
Tecnoburócratas, empre- sarios y élites culturales coinciden en que este
esquema, institucionalizado antes y durante la segunda guerra, se habría
"agotado". También se cuestiona desde entonces la aptitud del
Estado para conducir eficazmente el crecimiento económico sin ahondar la
heterogeneidad estructural secular. Este modelo habría conducido a una
disfuncional y generalizada politización de la economía, en desmedro de
la asignación racional de los recursos y, en especial, del alcance de
ventajas comparativas y dinámicas. Descalabros repetidos en el dominio
comercial y financiero -la "década perdida"- dieron mayor
sustento a estas críticas y a la necesidad de encontrar un nuevo modelo
(CEPAL 1992). Las presuntas virtudes del reaganismo y del thatcherismo
llegaron a la región y adoptaron formas particulares. Apareció un nuevo
discurso económico que se apellidó de diferentes maneras según sus
matices y propósitos: "aperturismo", "liberalización",
"liberalismo social", "creci- miento con equidad". La
esencia de este viraje fue la desburocratización y privatización de los
espacios económicos con el fin de tornar a sus productos y servicios más
competitivos, particularmente en los mercados foráneos. De aquí un nuevo
arsenal de medidas macrosociales: el aliento a las exportaciones, la venta
de las empresas estatales y públicas, la recepción entusiasta de
inversiones extranjeras, la creación de articulaciones financieras y
tecnológicas con empresas exitosas en la competencia internacional y, en
fin, la reorganización de las instituciones científicas a fin de
acercarlas a la "modernidad" y a la globalización (CEPAL 1992;
Mortimore 1995).
¿Qué implicó este emergente contexto -que en los ochenta y noventa se
consolida en todas las sociedades latinoamericanas con algunas variantes-
para la investigación científica y para la universidad latinoamericana
como organización? Brunner (1985) y Fuenzalida (1992) han procurado
identificar estos efectos. Los resumo así:
-
crecimiento
acelerado de la educación superior privada;
-
masificación
de las universidades públicas;
-
surgimiento
de nuevas carreras y especialidades;
-
establecimiento
de posgrados;
-
multiplicación
de las instituciones reconocidas de educación superior, especialmente
en las provincias;
-
ofrecimiento
de servicios directos al Estado y a los sectores privados;
-
complementación
de las fuentes de financiamiento a través de colegiaturas, fondos
especiales, proyectos respaldados por fuentes externas, servicios a
las empresas, ampliación de las actividades de extensión
universitaria;
-
reconocimiento
a la figura de "profesor-investigador de tiempo completo y/o
dedicación exclusiva" como posición óptima para renovar la
docencia a través de una investigación internacionalmente
certificada y competitiva.
Estas
mudanzas acicatearon la reorganización de la universidad latinoa-
mericana.
Las nuevas pautas
Por la dinámica del liberalismo económico y de la insinuación de nuevas
"industrias culturales" que, según algunos autores, anuncian la
llegada de signos posmodernistas a la ecología latinoamericana (Brunner
1988 ; García Canclini 1990), los sistemas universitarios de la región
adoptaron nuevos patrones, cuya índole y profundidad aún no se han
aclarado satisfacto- riamente. Sin embargo, ya es claro que los efectos
apuntados más arriba derivaron en buena medida de la transferencia del
modelo abierto de crecimiento científico característico de Estados
Unidos a los países de América Latina. Y como en el caso de la
transferencia de otras prácticas y corrientes, el trasplante no gestó
resultados equivalentes a los conocidos en la ecología de origen (Hodara
1986). El ethos y el despliegue de un "modelo abierto" mal se
ajusta -o no se ajusta espontáneamente- a estructuras secularmente
"ocluidas", como ya se insinuó en el caso del noroeste
mexicano.
Esta "transmigración" o movimiento de un modelo de un entorno a
otro se concretó en la creciente inclinación de estudiantes
latinoamericanos a obtener títulos superiores de estudio en universidades
norteamericanas (con menor frecuencia, en europeas). Allí fueron
"resocializados" con apego al esquema abierto. Al retornar a los
países de origen, los flamantes graduados procuraron introducirlo o
yuxtaponerlo a las formas tradicionales de organización académica. Estas
intenciones se vieron robustecidas por el contacto cercano con profesores
extranjeros visitantes y con la comunicación frecuente (que los medios
electrónicos facilitan) con los centros internacio- nales de excelencia y
de referencia de las diversas disciplinas.
Expresiones empíricas de estos procesos de resocialización normativa y
de mudanza organizacional se manifestaron en la formación de institutos
de investigación, formalmente separados de facultades y escuelas; en la
reducción relativa de las actividades vinculadas con la "cátedra"
en favor de la investigación certificable por indicadores internacionales
(Garfield 1984); en la creación de cargos de jornada completa o dedicación
exclusiva, viejo y frustrado anhelo de algunos académicos
latinoamericanos desde los veinte (Buch 1996); la introducción de nuevos
métodos de aprendizaje y enseñanza; las aplicaciones de la informática
en bibliotecas y centros de documentación; el diseño de
"campus" relativamente alejados del bullicio urbano; el
reclutamiento más cuidadoso de docentes e investigadores según avances y
logros certificables; la complementación del fínancimiento a través de
colegiaturas y programas extra-regionales de cooperación; el estímulo de
actividades de extensión con el doble propósito de legitimar y difundir
la actividad universitaria en un público amplio al tiempo que se obtienen
nuevos recursos financieros.
Como se notará, sintetizo impresionísticamente estas resonancias del
trasplante del modelo abierto a la región, pues la investigación
cuidadosa sobre cada una de ellas apenas se ha iniciado. Intento, sin
embargo, un parcial inventario de instituciones académicas en las que
esta recomposición normativa y organizacional parece manifestarse con
intensidad y doy crédito a estudios preliminares sobre ellas.
La Fundación Bariloche y el Instituto Torcuato di Tella representan en
Argentina un intento de "abrir" la investigación conforme al
modelo pertinente. Los tropiezos de estas instituciones, inducidos por
gobiernos militares y por desinteligencias internas, indican que el modelo
sufre desajustes al ser transplantado a otra ecología social (Tedesco
1979). Otro ejemplo es el Instituto Tecnológico de Aeronáutica y la
Universidad de Brasilia que reemplazaron a los "catedráticos"
por un sistema profesoral jerárquico inspirado en la universidad
norteamericana (Mello e Souza 1991). También la Universidad Federal de
Minas Gerais adoptó esta tendencia (Veiga 1981). En Chile sobresale la
Pontificia Universidad Católica, que desde los sesenta es favorecida por
fuentes externas, como la Fundación Ford y la Universidad de California
(Fuenzalida 1987). La Universidad de los Andes en Colombia (Cepeda 1979),
El Colegio de México y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores
de Monterrey (Azcunaga 1985), la Universidad de las Américas y la
Universidad Iberoamericana constituyen ejemplos mexicanos. En Venezuela,
la Universidad Simón Bolívar (Corso 1988) apuró su modernización con
la ayuda del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Instituciones como
ASOVAC y el IVIC la precedieron en esta tendencia.
Las imperfecciones del trasplante
Estas consideraciones indican que se está verificando una mudanza
paradigmática en las normas y en la organización de la universidad
latinoamericana en virtud de la asimilación del modelo abierto de
crecimiento científico. No conviene, sin embargo, generalizar ni exhibir
desmesurado optimismo. Observo tres géneros de fenómenos que entorpecen
este proceso innovador. Uno es calificado por Fuenzalida (1992)
"transferencia heteró- noma" o subordinada. Otro es el peso
perceptible de los entornos externos (gubernamentales y empresariales) que
continúan limitando por diferentes caminos la autonomía de la
universidad y de las investigaciones que en ella tienen lugar. Finalmente,
conjeturo que la resocialización de docentes e investigadores no es
coherente ni duradera; muy pronto puede incurrir en las conductas
regresivas o tradicionales que nos devuelven al "modelo
cerrado". Consideremos cada una de estas consecuencias inesperadas
del transplante. Ciertamente, el término "imperfección" no
sugiere un juicio de valor sino una desviación tangible con respecto al
paradigma, que de por sí es una construcción analítica.
Fuenzalida observa la siguiente disfuncionalidad en la importación del
modelo abierto. Los estudiantes latinoamericanos se forman o re-forman en
las universidades norteamericanas y se inclinan a adoptar la agenda de
investigación peculiar a este país. Cuando retornan, prosiguen
trabajando en estos temas, en comunicación más o menos fluida con los
centros de excelencia. También los programas curriculares y los estilos
de enseñanza y evaluación se inclinan a acomodarse a los ejemplos
re-aprendidos. El resultado según Fuenzalida es "... una educación
superior heterónoma... que tiende a recibir la ley de su desarrollo de
las instituciones de enseñanza superior de los países industrializados y
en especial de Estados Unidos. Por lo tanto no es razonable esperar (...)
el surgimiento de un flujo continuo de resultados de investigación que
puedan ser de interés para el sector productivo local".
Opino, no obstante, que la consecuencia es más gravosa aún. Si la
investigación contribuyera al acervo mundial de conocimientos, podría
decirse que ya es plenamente legítima conforme al modelo abierto, sin
importar si resuelve o no problemas nacionales o regionales. Pero ocurre
que su aporte a ese acervo también es muy restringido debido a las
insuficiencias de infraestructura, apoyo, equipo, centros de documentación,
etc. O como dice con plasticidad el autor citado: "la educación
superior heterónoma puede compararse a la de un cono truncado, al que le
falta la punta de la investigación básica, de la teorización y del
desarrollo metodológico ". Así, la instituciona- lización de la
investigación científica en la universidad latinoamericana se fragmenta
y distorsiona, pues no contribuye ni al frente local ni al internacional.
Dos ausencias que, acumulativamente, pueden deslegitimarla.
La segunda imperfección se manifiesta en la intervención de los sectores
empresariales, depositarios de los nuevos poderes facilitados por el
libera- lismo económico. Estos influyen en la universidad por tres vías:
por la constante petición de resultados inmediatos, significativos para
el usuario de la tecnología; por el financiamiento selectivo de proyectos
y programas que habrán de traducirse en innovaciones empresariales y en
la formación de capital humano requerido a corto plazo; y por el
reclutamiento laboral de profesionales que salen de universidades ideológicamente
cercanas o afines a los intereses empresariales. En conjunto, estas
influencias externas, aunque no tienen el dramatismo ni la intensidad óptica
de las intervenciones militares y gubernamentales de antaño, lesionan
objetivamente la normatividad de la investigación académica y la
actividad universitaria. Un intento de atenuar este efecto se traduce en
la creación de fundaciones y fondos que, movilizando financiamiento (público,
privado e internacional), lo redistribuyan con criterios menos
inmediatistas y más sensibles a las agendas avanzadas de la especialidad.
Observaciones muy parciales indican, sin embargo, que estas instituciones
están sometidas más a las contingencias externas (o "ruidos")
que a las necesidades persistentes de los investigadores.
El tercer fenómeno alude a los límites de la resocialización científica
obtenida en los centros de excelencia y referencia. Con frecuencia es
superficial y olvidable, y en todo caso es breve. El estudiante, ya en
posesión de un título superior de grado o posgrado alcanzado en una
universidad de prestigio internacional, retorna generalmente a su país de
origen, procurando entonces rectificar su entorno con el propósito de
gestar las condiciones que agilizan la pulcra actividad investigadora:
mantenimiento y diversificación de redes de comunicación, actualización
constante a través de centros de documentación, preferencia por temas
insertos en el paradigma de su disciplina, adopción de criterios meritocráticos
en el reclutamiento de colegas y auxiliares y en la discriminación de
proyectos. Sin embargo, la ecología de origen ejerce una inercia poderosa
hábil para contrarrestar los movimientos inversos originados en el
exterior, neutralizándolos en muchos casos. La socialización secular
recupera terreno. El bienintencionado investigador retorna o se rinde a
los viejos hábitos que prestigian y auspician tareas disfuncionales para
la investigación. Ocurre que el régimen de compensa- ciones y castigos
vigente es más apremiante que los abstractos prestigios que podría
obtener en una labor competitiva en correspondencia a otros cánones. El
investigador se subordina (o es cooptado) a las necesidades cotidianas, a
los reconocimientos localistas, a las funciones administrativas o de
consultoría, o cambia radicalmente la vocación tentado por las oportuni-
dades que el mercado libre ofrece a sus aptitudes. Por supuesto, siempre
le queda el autoexilio, el aislamiento destructivo o la emigración al
centro de excelencia. En todos los casos pierde y se fragmenta la
institucionalización de la ciencia en la universidad latinoamericana.
Coda
Las relaciones entre ciencia, universidad y políticas públicas en América
Latina deben reconsiderarse en los marcos heurísticos suministrados por
estudios comparativos en la historia y en la sociología de la ciencia. El
tema fue atendido generalmente desde una visión política, exógena,
apenas sensible a los requerimientos específicos de la comunidad científica
y de la universidad como asiento legítimo de ella. Este ensayo aconseja
complementar la indagación con el auxilio de modelos y caracterizaciones
que aquí he procurado presentar.
El discurso latinoamericano y las prácticas que emanan de una doctrina
económica neoliberal colocan a la universidad y a la institucionalización
de la investigación científica en situaciones ambivalentes. Fortalecen
de un lado el "aperturismo" y la "competitividad"
también en el desempeño científico y universitario; pero debilitan, por
otro, el ethos y los alcances que lo distinguen. Cabe, por lo tanto, el
peligro de que ciencia y universidad sean "gentilmente"
sofocadas por los mecanismos del libre mercado y por una resocialización
que -por superficial y olvidable- es inepta para superar los impulsos
inerciales que han caracterizado a la universidad latinoamericana. Las
oportunidades abiertas por la liberalización del entorno y por la
internacionalización de la educación superior se verían así
perversamente canceladas por los actores locales de estos procesos.
Refutar este pronóstico es vigoroso anhelo de este ensayo.
Tomado
de la página web de la E.I.L.A.
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