Diciembre de 2003 - Año No. 2 - Edición No. 8

EL AVIÓN DE PAPEL

 

Fernando Olivo Maradei

Estudiante de Producción y dirección  de radio y televisión. Universidad Autónoma del Caribe. Área de Filosofía revista publiEnsayos. Barranquilla – Colombia.

 

Escribir en Colombia sobre los desplazados, parece ya cosa de otro momento. Algunos dirían trillado, otros pasado de moda; pues resulta mejor hablar sobre Irak que sobre nuestra gente en la calle. Pero lo cierto es que sin importar cuanto nos olvidemos de tema, la situación cada vez empeora y no se olvida de los cientos de campesinos que deben salir en éxodo del campo, pero no en búsqueda de la tierra prometida sino mas bien esperando que un milagro les salve las vidas. Algunos, los de mayor suerte, tienen la fortuna de conseguir empleo en los cientos de buses de transporte público como vendedores de dulces, cantantes o juglares de su desgracia; otros, los mas arriesgados, simplemente se dedican a engrosar nuestras estadísticas de la Fiscalía sobre delincuencia Urbana; pero en enorme conjunto, la gran mayoría, sencillamente se dedican a estirar su mano teniendo como base su propio desconsuelo.  Pero ya lo dije, el tema esta pasado de moda, así que me sorprendo de los que aún en este instante permanezcan atados a estas líneas. El artículo no pretende tocar sus sentimientos, ni tampoco pretende solucionar este problema; es sencillamente un auto-tirón  de orejas por haber sido un esnobista más en este tema de los desplazados. 

 

Saliendo de la Universidad, felizmente exonerado de un final de Literatura Colombiana, con la hoja destinada al examen aún en blanco; decidí sentarme en una esquina para comer en un carrito de perros calientes (en uno de los miles existentes hoy en día, fruto de nuestras acertadas políticas financieras) un sencillo, que sirviese  de humilde celebración a tan modesta hazaña. Henchido de la felicidad mientras esperaba mi “sencillo auto-homenaje”, decidí armar un avión de papel al darme cuenta que ni siquiera había llevado un lapicero conmigo para realizar el examen, que de haberlo presentado, seguramente hubiese ocasionado como mínimo una habilitación de materia. Revisé mis bolsillos y separé el dinero del bus del de mi banquete y en ese perfecto instante una madre se me acerca con un niño en una de las demostraciones de desplazados más comunes de Barranquilla. Ella intentó empezar a hablar, yo intenté negarme a darle algo, pero antes de que alguno de los dos hubiese emitido palabra alguna, sorpresivamente,  los ojos de aquel niño se tornaron brillantes de felicidad al ver el avión ya terminado en mis manos. Lo arrebató  y sin decir nada se fue corriendo con su felicidad mientras que juntos volaban en el avión. La madre asustada me pidió disculpas, trato de reprender al niño pero estaba tan sorprendida que no sabía que hacer; yo le dije con mi mirada que no había problema y ella con una sonrisa se fue a perseguir al piloto que estas alturas ya volaba bien alto.

 

La literatura de Colombia se escribió entonces en aquella hoja en blanco, en los sueños de poder volar, en la intenciones de ser felices a pesar de todo, en la necesidad imperante de arrebatarle de las manos a la vida todo aquello que nos haga sonreír. Y nosotros aún preocupados por comer migajas, por darnos honores cuando no los merecemos. Colombia, solo necesita Colombianos. ¢

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