|
||
Junio de 2003 - Año No. 1 - Edición No. 5 |
||
EL ELOGIO DE LA DIFICULTAD | ||
Por:
Estanislao Zuleta La siguiente es la conferencia leída por el Maestro Estanislao Zuleta el día viernes 21 de Noviembre de 1980 en el acto en que la Universidad del Valle -Cali, Colombia- le concedió el Doctorado Honoris Causa en Psicología: "La
pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una
manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces
comenzamos a inventar paraísos, sin lucha, sin búsqueda de superación
y sin muerte. Y por lo tanto también sin carencias y sin deseo: un océano
de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas
afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes. Todas
estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque
constituyen el modelo de nuestros propósitos y de nuestros anhelos en
la vida práctica. Aquí
mismo, en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino
de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la
seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las
soluciones definitivas. Puede decirse que nuestro problema no consiste
solamente ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo
que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra
desgracia no está tanto en la frustación de nuestros deseos, como en
la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación
humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad
de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin
peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un
retorno al huevo. en vez de desear una sociedad en la que sea realizable
y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras
posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa
sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una
filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer
una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus
que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han
existido. Adán
y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del
paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él. Desconfiemos
de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. son
muy conocidos en la historia, desde la Antigüedad hasta hoy, los
horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de
una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido
alcanzados por la gracia -por la desgracia de alguna revelación. El
estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos
se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización
del fin, dela meta y el terror de los medios que procurarán su
conquista. Quienes de ésta manera tratan de someter la realidad al
ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad;
enun sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar
algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria:
sus argumentos, no son argumentos, sino solamente síntomas de una
naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos. En lugar de
discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de potencial al otro
-y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo-, o se procede a un
juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta
el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también
toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no
está completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay, según
Kant, un verdadero abismo de la Razón que consiste en la petición de
un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también
hay un verdadero abismo de la Acción, que consiste en la exigencia de
una entrega total a la <<causa>> absoluta y concibe toda
duda y toda crítica como traición o como agresión. Ahora
sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con
sus guerras santas y sus orgías de fraternidad no es una característica
exclusiva de ciertas épocas del pasado o de civilizaciones atrasadas en
el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y
desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y
una eficiencia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente
elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo
de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma
un discurso particular -todos lo son- como la designación misma de la
realidad y los otros como ceguera o mentira. El
atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se
embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática,
basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión
y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros
una identidad exaltada por participación, separan un interior bueno -el
grupo- y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la
angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo
propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande
simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Y cuando digo
aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de
formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de
entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo,
cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo,
porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el
sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que
genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y
la crítica, el amor y el respeto. Un
síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas o
de los grupos que los generan o que someten a su lógica doctrinas que
les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el
concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la
reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores
aparecen más bien como males menores propios de un resignado
escepticismo, como signo que se ha abdicado a las mas caras esperanzas.
Por que el respeto a las normas sólo adquieren vigencia allí donde el
amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no puede
aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es
siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya
no se cree que la diferencia puede resolverse en una comunidad exaltada,
transparente y espontánea, o en una fusión amorosa. No se puede
respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración,
someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida
también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde
la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca;
porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe;
y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba
contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra. Nuestro
saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo
puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por
inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica dela
historia de las normas y las leyes de cualquier tipo, son vistas como
algo demasiado abstracto y mezquino frente a las gran tarea de realizar
el ideal y de encarnar la Promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y se
valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada.
|
Pero
lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es
generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan
alegremente se había desechado o estimado sólo negativamente; lo que
se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo,
escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la crítica a
una sociedad injusta, basada en basada en la explotación y en la
dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por
una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesaria y
urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista que
además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha
abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior. Lo
más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos
modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una
sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha.
Lo difícil, pero también esencial es valorar positivamente el respeto
y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como
lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como
aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el
eterno hosanna del aburrimiento satisfecho. Hay que poner un gran signo
de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus
consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo
aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en
cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.
Hay
que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros
mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer
lo que llamaré una no reciprocidad lógica; es decir el empleo de un método
explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los
problemas, los fracasos y los errores propios y los de otro cuando es
adversario o cuando disputamos con él. En el caso del otro aplicamos el
esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación
de su ser más profundo; en nuestro caso aplicamos el
circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican
por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura. El es
así; yo me vi obligado. El cosechó lo que había sembrado; yo no pude
evitar este resultado. El discurso del otro no es más que un síntoma
de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus
intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y
una deducción lógica de sus consecuencias. Preferiríamos que nuestra
causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados. Y
cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica
que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro,
sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar
efectivamente el proceso que estamos viviendo. La
difícil tares de aplicar un mismo método explicativo y crítico a
nuestra posición y a la opuesta no significa desde luego que
consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de
las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto.
Significa por el contrario que tenemos suficiente confianza en la
superioridad de la causa que defendemos, como para estar seguros de que
no necesita, ni le conviene esa doble falsificación con la cual, en
verdad, podría defenderse cualquier cosa. En
el carnaval de miseria y derroche propio del capitalismo tardío se oye
a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a
un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la
altura de las conquistas de la humanidad. Dostoievsky
nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil
relación interhumana: van no sólo en el sentido de buscar el poder, ya
que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común
se produce lo que Bahro llama interese compensatorios: la búsqueda de
amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos
libere de una vez por todas del cuidado que nuestra vida tenga un
sentido. Dostoievsky entendió, hace más de un siglo, que la dificultad
de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las
cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la
razón. Pero
en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el
pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el
marxismo, el arte y la literatura. En medio del pensamiento de nuestra
época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo
insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores;
surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación
de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección
desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les
ha fabricado. Este
enfoque nuevo nos permite decir como Fausto: "También
esta noche, Tierra, permaneciste firme. Y
ahora renaces de nuevo a mi alrededor. Y
alientas otra vez en mi la
aspiración de luchar sin descanso por una altísima existencia".
|
Contacte al área de Filosofía |
| PAGINA DE INICIO | EDITORIAL | MISIÓN | VISIÓN | PUBLICAR | POLÍTICA | ECONOMÍA | JURÍDICO | FILOSOFÍA | QUIENES SOMOS | CONTACTOS | EVENTOS | REGLAMENTO DE PUBLICACIÓN | EDICIONES ANTERIORES |
Revista publiEnsayos® copyright © 2003. DERECHOS RESERVADOS, se observa mejor con I.E 5.0 de resoluciones de 800X600
escribale al WEBMASTER