Abril de 2003 - Año No. 1 - Edición No. 4 |
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Política |
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ESPAÑA, EUROPA Y LAS REGIONES [1] | ||
Por: SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ Abogado.
Profesor Titular de Derecho Administrativo. Universidad
de León. España. 1.
Lo bueno de Europa.
En Europa, como en todos los
sitios, hay bueno y malo. Existe la Europa que "nos gusta" y
la que "nos disgusta". Acaso pueda disgustar que por ejemplo
el idioma español no tenga igual condición que el inglés o incluso el
francés o que Portugal y España no fueran habitualmente por separado.
Existe también la Europa
"que es verdad" y la Europa "que no es verdad".
Cuando llega la hora de la verdad, por ejemplo cuando Estados Unidos
suelta una de sus típicas misivas al mundo civilizado, se ve que cada
Estado en Europa escapa por un sitio diferente. Y esto no es
"europeo". Tampoco es verdadera la imagen que a veces da
Europa, por ejemplo cuando dice favorecer el avance de las regiones. Sólo
en España nos hemos creído esto. En los Estados europeos, salvo en el
nuestro, las regiones son una quimera. Por eso, puede también hablarse
de la "Europa del espejismo". Y el riesgo es que algún Estado
no lo vea y se lo crea todo.
También puede hablarse de la
"Europa de la necesidad" y de la "Europa de la
voluntad". De este modo, hay Europa para todos. Para quien tenga
una vocación más ideológica (así solemos ser los latinos) se
presenta Europa como un proyecto de justicia y solidaridad. Para quien,
en cambio, sea más partidario de medir las cosas por su utilidad, o por
el interés (así suelen ser los anglosajones) se oferta el argumento de
la "necesidad de Europa". Y podrá ver la
"necesidad" en la mayor rentabilidad económica que se obtiene
ingresando en este club económico, en vez de actuar autárquicamente
por separado; hasta los más escépticos no podrán negar que el invento
de Europa es "necesario", para evitar guerras. Siempre Europa,
hasta la Comunidad y después Unión, estuvo en guerras. Ahora hemos
conseguido que hasta los vikingos estén en calma. Salvo los vascos que
éstos son cosa aparte.
Y es hora entonces de contar
qué tiene, para quien les entretiene con estas breves líneas, de bueno
Europa. Lo bueno de Europa es haber podido hacer reformas económicas y
sociales importantes que, cuando menos en los Estados latinos, habrían
sido imposibles de otro modo. Pensemos en la reconversión industrial,
en la liberalización, en cualquiera de las reformas importantes que se
han hecho en los últimos años. Ni una sola procede del endeble Estado
español. En todos estos sectores hay poderosos sindicatos.
Pensemos sobre todo en el carácter
latino capaz de, a la mínima, salir a la calle y de vociferar y de
montar ruidosas y escandalosas manifestaciones. ¿Cómo realizar
reformas importantes en países latinos si no es gracias a Europa? El
invento es bastante ingenioso. Cuando España realiza una reforma
importante, Europa es responsable. Y, ante este corte de mangas, incluso
los españoles más acostumbrados a la moda histórica de sublevarse
contra el Estado, quedan perplejos, como desorientados sin saber cómo
responder. Y, además, es verdad. Vayan Ustedes a Bruselas. Deja de ser
responsable Madrid (esa pobre capital a la que los españoles parecen
haberle cogido la sobaquera). Basta con una reunión de colegas en el país
de los valones para acordar alguna reforma y despistar por completo a
los más vocingleros, que en España lo son siempre de puertas adentro.
El mérito no es en realidad de Europa. Es del ingenio de los Estados.
Haber montado una instancia supranacional neutral hacia el interior y
hacia el exterior (es decir USA en este caso). Acaso algo de esto sea lo
que falta en Latinoamérica, es decir una instancia supranacional a la que
imputar las decisiones y reformas necesarias, por ejemplo pagar
impuestos y otras muchas. Los latinos, y sobre todo sus regiones, no
respetan al Estado. Gracias Europa por poder reformarnos.
2. Los grandes valores de occidente.
Acaso se pueda ver cinismo
filosófico en los siguientes argumentos, pero no veo razón para el mérito
que suele concederse a los grandes valores políticos de nuestro tiempo.
Los grandes valores de
Occidente... éstos se proclaman cuando dejan de tener sentido.
Los Textos constitucionales
recogen algunos derechos, tales como por ejemplo la libertad de expresión
o el derecho a crear libremente partidos políticos, cuando precisamente
dichos derechos han perdido fuerza y hasta sentido, porque todos los
partidos políticos dicen lo mismo, e incluso toda la gente también.
Se reconoce la libertad
religiosa cuando ya da igual ser de una religión que de otra. Por eso,
mientras no lo fue, históricamente, no hubo tal derecho. Y, por eso
mismo, cuando empieza a no ser indiferente (a la luz de la inmigración)
seguro que habrá que hacer algún recorte en el sacrosanto derecho.
Se proclama el federalismo
cuando las regiones o los Estados federados no pueden ya oponer
resistencia o carácter frente al Estado. Ahora bien, ¿por qué no
proclama, por ejemplo la Democracia Inglesa, en el siglo XVIII, un
derecho de libre segregación respecto del Estado inglés, en favor de
Escocia o de Gales? En cambio, es o sería muy fácil proclamarlo hoy,
después de quedar inerte la oposición posible.
Después de haber uniformado
las condiciones de vida y de haber construido los respectivos Estados a
fuerza de golpe y porrazo contra los oponentes, entonces, inertes las
oposiciones posibles, se proclaman los derechos.
Las Constituciones de nuestro
tiempo se explican por existir una base social donde ya no existen los
planteamientos radicales. Sin rodillo previo, a la europea, no serían
posibles aquéllas. Por eso, alardear tanto de derechos, en Occidente,
acaso no esté bien.
Casi siempre, a un derecho
antecede históricamente un buen repaso de machete o guillotina. Sobre
todo en el Norte y Centro de Europa, donde ha habido auténticos brutos
hasta no hace mucho. La receta de Occidente es clara: eliminada la
oposición y transcurrido un tiempo de enfriamiento, estamos ya en
condiciones de proclamar el derecho, siempre, claro, que no resurja la
llama.
Por ello mismo, todo son
problemas para un determinado Estado del planeta que proclame valores de
este tipo y que no cuente con una base para ello por no vivir en el actual momento histórico.
Y sin embargo alardea Europa
frente a sus vecinos, con sus derechos, sus Constituciones y también
sus federaciones cuando inertes están las regiones.
Pero, incluso para las
sociedades avanzadas europeas son válidos los planteamientos que estoy
haciendo. Pensemos en un Estado en el cual se proclama el derecho a
gozar de Autonomía en favor de las Regiones y, a diferencia de los demás
Estados donde esto se proclama porque ya no sirve para nada proclamarlo
(por ejemplo Alemania o Italia), en aquel otro Estado (ya sabemos cuál)
en cambio las Autonomías alcanzan pleno sentido. Cuidado entonces con
Occidente. Es como jugar peligrosamente con fuego. Horrible puede ser la
experiencia. Se levanta el velo de Europa. Ignorantes quienes no
conocieron el misterio de Occidente. Revive entonces vital su rudo y
viejo carácter bruto. Y entonces la experiencia es peor que proclamar
la democracia y el derecho a la vida en una tribu de caníbales
enfurecidos. Te comen.
3. La crisis del Estado.
Desde hace unas décadas
parece como si el "Estado" fuera una especie de diana donde
van a parar dardos de diversa procedencia.
Que exista una crisis del
Estado no nos parece del todo preocupante ni criticable si se trata de
un mal general que padecemos todos en común. Cosa distinta es que sólo
en un determinado Estado, pienso lógicamente en el nuestro, dicha
crisis presente una especial intensidad. Entonces nadie podrá
resistirse al argumento de que dicha crisis estaría injustificada.
Es conveniente considerar
conjuntamente los factores que a mi juicio son responsables o causantes
de la crisis del Estado, para concluir con alguna reflexión sobre el
caso español.
Primero, puede mencionarse la
"globalización", desde un punto de vista internacional, así
como la "Unión Europea". Es evidente que ésta en mayor
medida, y aquélla en parte, suponen una pérdida de poder del Estado,
aunque también, cada vez más, se observa que los grandes Estados
europeos desean una compatibilidad entre la realidad del Estado y la
realidad de Europa.
Segundo, puede destacarse el
fenómeno de la "liberalización y de la privatización".
Ambas tienen como lógica consecuencia una reducción de la presencia
del Estado. Antes de manifestarse dicho fenómeno, aquél tenía una
mayor influencia en el plano social y económico, con apoyo de la
institución del servicio público. Este le permitía asumir, a dicho
Estado, la responsabilidad de que determinadas necesidades básicas de
la población quedaran a cubierto (electricidad, transporte, etc.). El
poder público llegaba a ser incluso gestor de estas actividades. Es
notorio que la liberalización y la privatización provocan una reducción
de la presencia del Estado y de la Administración en general.
Actualmente, el Estado se convierte en un simple "regulador".
Los servicios públicos pasan a configurarse como mercados aunque con
componentes inevitablemente públicos. Y algunos discuten, incluso, el
papel del Estado como instancia reguladora, invocando la
"desregulación o la autorregulación", conceptos que
representan la culminación del fenómeno.
Tercero, desde un punto de
vista interno, las regiones suponen, igualmente, un factor de crisis del
Estado. Las regiones avanzan a costa de reducir las competencias de los
Estados. Son también, evidentemente, un factor de crisis.
Es significativo que regiones
y Estado no se miden por el mismo patrón. Por ejemplo, a nivel estatal
la sociedad no toleraría, lógicamente, que siempre gobernase el mismo
partido político. Esto pondría de manifiesto que la democracia no
funciona. Pensemos que, desde el advenimiento del Estado constitucional,
siempre hubiera ocupado el poder el PP o el PSOE. Y, sin embargo, acaso
haya llegado la hora de decir que una Autonomía donde siempre gobierna
el mismo partido (véase Andalucía con el PSOE, Castilla y León o
Galicia con el PP o Euskadi con el PNV o Cataluña con el CIU) no
funcionan las reglas democráticas de alternancia de los partidos políticos.
Siendo las regiones hoy un
factor nuevo de crisis del Estado, en cambio, curiosamente, han
desaparecido otro tipo de riesgos, para el Estado, tales como corrientes
políticas o ideológicas en auge a principios del siglo XX que negaban
el Estado.
No entro a valorar si todos
estos factores son o no correctos. Y ni siquiera quiero poner en duda el
acierto de la presente "crisis". Acaso haya sido conveniente
una dieta de adelgazamiento del Estado.
En cambio, el sentido común
nos dice que censurable es, sin embargo, si un factor determinado causa
una "excesiva" crisis del Estado en un país determinado que
no se manifiesta en los demás. Se produciría entonces un desequilibrio
injustificado, una excesiva crisis del Estado. Acaso esto pudiera
discutirse, en torno al factor de la liberalización o la privatización,
en el Estado argentino, por ejemplo.
Y puede discutirse, en torno
al factor regional como crisis del Estado, en el caso español. El hecho
regional, como factor de crisis del Estado, no es en cuanto tal
criticable. Pero lo es cuando adquiere un protagonismo que no se
manifiesta en otros Estados.
Hablan algunos incluso de
Estado federal. Alemania lo es por ejemplo. Pero plantear este debate
exige una base política y social para poder hacerlo. Y el problema es
que en España falla la base. Y nadie puede pretender empezar a
construir la casa por el tejado.
4. La Constitución ¿del consenso?
Cuando se dice que la
Constitución es la Constitución del consenso, creo que el término no
se está utilizando tanto en su sentido genuino de "asenso o
consentimiento de todas las personas" como en el sentido posible de
"punto de encuentro entre voces no coincidentes y dispares entre sí".
La Constitución viene a ser
un Texto de consenso en sentido histórico, porque en el momento de su
promulgación había posturas que se encontraban en la Constitución
como Texto que se situaba en un punto medio de posturas que para la
mayoría eran extremas. Posturas nacionalistas españolas
antiautonomistas, por un lado, y posturas nacionalistas regionales más
que autonomistas, por otro lado. En este momento es claro que la
Constitución es una Constitución de consenso entre ambos extremos, sin
perjuicio de las posturas, mayoritarias, que representaban el epicentro
mismo de la Constitución (socialistas, UCD) a pesar de sus diferentes
opiniones.
Ahora bien, ¿esto es hoy así?
¿Sigue siendo, en realidad, la Constitución un Texto de consenso?
En pura lógica argumental,
es discutible si puede hablarse de consenso cuando sólo hay ya dos
grupos, pasando el primero de los cuales a representar, sin más, el
Texto constitucional (los partidos democráticos), mientras que el otro
se sitúa al margen del mismo (los regionalistas-nacionalistas
extremos). La Constitución dejaría de ser, entonces, un punto medio de
encuentro. Es el "punto" de una de las dos partes. Y todo esto
creo que se está olvidando cuando se habla del famoso
"consenso".
En pura lógica, para que hoy pudiera hablarse de consenso sólo
cabrían tres posibilidades.
La primera, que existiera un
grupo de opinión (sobre todo de intelectuales) disconforme con las
Autonomías y que propiciara, por ejemplo, el retorno al modelo político
francés o, en términos nuestros, al modelo político liberal, es decir
el modelo anterior a la República española, modelo francés continuado
por inercia también después de ésta. Entonces, la Constitución
volvería a ser una Constitución de consenso, porque sería el
encuentro entre dos posturas "extremas". |
La segunda, que los extremistas nacionalistas abandonaran su radicalismo. Entonces, la Constitución sería también un texto de consenso porque representaría por entero las distintas posiciones posibles. La
tercera, que el Partido popular afirmara que su posición no coincide (o
que no coincidió) exactamente con el modelo de las Autonomías, a
diferencia de lo que en su día propugnaron los socialistas sobre todo y
la UCD y la mayor parte de los nacionalistas-regionalistas de entonces.
Conforme a esto, el Gobierno actual de la Nación respetaría fiel y
lealmente el Título VIII de la Constitución, aunque no le convenciera
en todos sus extremos. También entonces se podría hablar correctamente
de consenso porque la Constitución sería un punto medio entre
posiciones no plenamente convencidas con el modelo que propugna la
Constitución.
Acaso lo ideal sería que las
tres opciones que acabo de plantear empezaran a manifestarse
conjuntamente, aunque fuera tímidamente. Cuando menos, o se da una de
las tres opciones, o no parece ser fácil hablar de consenso, sino de
"deseo de consenso", o de "consenso histórico", o
de algo similar, porque no hay tal consenso cuando dejan de existir
posturas que se encuentran en un punto medio de equilibrio que es el
Texto constitucional.
5. El nuevo método del interés.
Desde una posición de
espectador es curioso observar el fondo de las distintas reacciones que
se están produciendo en torno a la crónica de la guerra anunciada
contra Irak.
En los países hispanos o
latinos suele estar presente de forma especial, en este tipo de casos,
un argumento o valoración de "justicia" en torno a guerras
como éstas. La cuestión es si es injusta o es justa la guerra contra
Husein. A este argumento de justicia hoy se suma también decisivamente
el argumento de la "indiferencia". A muchos les da igual todo
esto de las guerras, con tal de que no les afecte.
Pero no observo que se
manifieste el argumento del "interés". La cuestión para
debatir sería: la Guerra contra Irak ¿interesa o no interesa a España?
Nadie parece plantearse el tema en estos términos. Acaso pesa la
historia. En nuestro país, como en otros latinos, los planteamientos en
sentido histórico se han movido en términos de justicia o injusticia.
De guerra santa o nada.
En cambio, a los anglosajones
estos planteamientos de justicia les han resbalado desde siempre. Si
algo caracterizó al pensamiento inglés, cuando este surgió
conmocionando los modos de pensar latinos al uso, fue su abrumadora
insistencia en el "interés" como móvil de cada ser viviente
y su rechazo por los enfoques o planteamientos de justicia.
Ahora que los latinos nos
hemos vuelto anglosajones seguimos siendo latinos en el descuido por el
"interés" como argumento principal de debate. De ahí que,
conociendo el auge de lo anglosajón, me apresuro por mi parte a
escribir estas líneas a fin de recordar a todo el mundo cómo se piensa
en Gran Bretaña o en Estados Unidos para que todos cambien de chip
también en esto y utilicen el método anglosajón del interés.
Me permitiría aventurar que
también en este caso, para Gran Bretaña o Estados Unidos, la Guerra
contra Irak es en el fondo una Guerra de interés. Sobre todo, como
siempre, de intereses económicos me imagino. Los anglosajones son, como
dije antes, especialistas en recubrir cuestiones de interés con
planteamientos de justicia y a veces ni eso.
Aplicando esto a España y al
tema de las Guerras, la cuestión sería observar qué
"interesa" más a España. ¿Nos interesa tener debilitados a
los moros? No lo sé. En tal caso sería magnífico que los americanos
nos hicieran casi gratis una guerra que no nos viene mal. Pero lo
importante aquí es sólo plantear en general la sustitución del
habitual "método de la justicia" por el "método del
interés". Acaso fuera aplicable este nuevo método a nuestro
modelo territorial de las autonomías. ¿Nos "interesa" a
todos contribuir al porvenir general o es mejor estar a codazos todo el
día confiando en que alguien venga del exterior a ayudar a cada cual?
Seguramente este afán latino
en las ideologías, las banderas, la justicia, la independencia patriótica,
la búsqueda de apoyo en el extranjero, provoca la profunda hilaridad a
los nórdicos del "interés". Es como ver al competidor en el
trabajo que no nos causa rivalidad porque siempre está con discordias
internas. Más bien, la hilaridad provocábamos, a los nórdicos
"del interés", cuando antaño venían a visitarnos y nosotros
los sureños "de la hospitalidad" les ofrecíamos gratis
cuanto teníamos en nuestros frigoríficos o despensas. Qué risa tenían
que pasar mientras redondeaban el ombligo.
Ahora bien, se advierte que
el método del interés está llegando decididamente a nuestro entorno.
De momento, parece haberse manifestado a través de una singular
tendencia, según la cual ciertos sujetos de provincias o de Madrid
apoyan las tesis de los nacionalistas. Y explicar esto es imposible si
no es aplicando el "nuevo método del interés".
6. Las tradiciones.
El concepto "tradición"
es uno de esos típicos conceptos de hoy que están permitidos en otros
países, pero no en el nuestro. Si uno dice que Inglaterra es un pueblo
muy tradicional no pasa nada y lo mismo si uno se refiere a los bávaros
o a cualquier otro. En España en cambio no suena bien. Y por tanto no
se emplea.
El tema no tiene en principio
mayor trascendencia. Al fin y al cabo daría lo mismo, si no fuera
porque, precisamente, en nuestro país, uno empieza a estar hasta el
gorro de tradiciones. Precisamente, como digo, en un país como el
nuestro donde, al parecer, no existían las tradiciones. Se desplaza uno
cien kilómetros a derecha o izquierda del mapa. Y ya estamos con las
tradiciones propias y diferentes.
Tampoco todo esto tiene mayor
transcendencia. Daría lo mismo, si no fuera porque frente a estas
nuevas tradiciones, muchas veces ficticias, uno no puede decir nada.
Sinceramente, uno empieza a envidiar al señor de la gaita o al
intransigente de la boina. Basta con ponerse vestidos y un fajín y
decir dos palabras en baturro para ser un Dios. Ciertamente, ya de
puestos, uno preferiría menos ropa. Creo que fue en los años setenta y
en los años veinte cuando más se instaló la moda de los bikinis y
similares. Estas modas estaban mejor. Las gachís estaban en forma y se
veían sus buenas herramientas. Pero éstas de ahora, tan tapadas, con
esos trajes. Y ellos, con esas gaitas...
Cuando las tradiciones se traducen en comer y beber bien, vale
también. Pero cuando al final de la comida empiezan con el bable o el
andalusí, ya estamos, que uno no puede ya ni hacer la digestión.
Las tradiciones están bien.
Pero, todo lo bueno puede llegar a cansar. El barroco dio paso al
clasicismo y del clasicismo pasamos al romanticismo, porque los estilos
se cansan y la gente y el gusto también. Podría aventurarse que, tras
el auge las tradiciones, vendría la calma y el reposo. Pero, las
tradiciones hispánicas rompen todos los moldes del pasado. Son
infatigables. Son más recias que un clasicismo o un barroco. Ni el
Imperio romano consiguió tanta firmeza. Los regionalistas no se agotan
nunca. ¿Cómo explicar este fenómeno? ¿Estaremos en verdad ante
tradiciones que rompen los moldes históricos? ¿Acaso ante algo
diferente, un negocio por ejemplo?
"Tradición y
asfalto", dice el lema bávaro con el que este pueblo gusta definir
su Estado. Y es que en España, hoy, falta tradición y, sobre todo
asfalto, y sobran tradiciones. La gente invierte el tiempo en aprender
dialectos y bailar danzas que poco provecho acarrean al país. El nuevo
opio del pueblo. Las tradiciones vienen a darse en aquellos pueblos
incapaces de entender el concepto más elevado de tradición. Mientras
que en otros países hay tradición, en el nuestro hay tradiciones. La
diferencia entre tradición y tradiciones viene a ser la diferencia
entre el mundo ilustrado tolerante y el mundo popular intransigente.
A diferencia de las
tradiciones, el quid de la "tradición" está en embalsamar un
día aquello que puede hacer retrasar el progreso. Por eso se embalsama,
y se venera lo embalsamado una vez al año, como tributo por haberlo
eliminado. Es una especie de acción de gracias: gracias porque te hemos
quitado del medio y así hemos progresado. La tradición conserva el
mito arcaico del noble sacrificio. Las tradiciones en cambio son un
continuo sacrificio. Una vez al año la tradición es exigible, para no
perder el espíritu, para rendir tributo al pasado y pensar en el
futuro. Eso, por cierto, una vez al año y no todos los días,
ensayando, metiendo ruido e incordiando a quien no sabe bailar la
gracia.
7. Las derechas y las izquierdas, con perdón
Las izquierdas, como las
derechas, tienen sus virtudes y sus defectos. Gracias a la izquierda,
sus reivindicaciones, sus quejas y protestas, hemos conseguido una
sociedad más igualitaria y más justa. Gracias a la izquierda vivimos
mejor. Tenemos la posibilidad de casarnos y divorciarnos cambiando de
marido o de mujer como quien cambia de coche o de televisor. Sin la
izquierda no podríamos ver pelis porno y seguiríamos todavía
escandalizados cuando en la pantalla saliera un tobillo o un escote mínimamente
pronunciado. Gracias a la izquierda no hay censura y uno puede decir lo
que quiera siempre que no se ofenda a los que mandan o a los principios
del régimen establecido, o a algún marica porque entonces serías
carca. Gracias a la izquierda no sólo abortan los ricos y además
podemos viajar a Rusia y comer naranjas de la China. Y podemos adoptar
el sexo contrario o podemos ver por la calle curiosas y entretenidas
parejas de muchachas, una sumisa y la otra llevando peto y pantalón. Y
ya no tenemos que rezar el padrenuestro en los colegios. Y la sanidad
tiene largas colas que demuestran que la salud es para todos. Y se
pueden comprar condones en las gasolineras. Y los niños tienen el
derecho de estudiar menos. Gracias en el fondo a la izquierda, hasta las
playas son más divertidas y las mujeres y los hombres, modernizan sus
formas y modos de vestir y llevan corbatas de lunares con elefantes o
con Mickey Mouse, a diferencia de aquellas otras corbatas negras y
tristes camisas blancas de antaño. Todo esto y mucho más debemos a la
izquierda.
En general, los grandes retos
sociales, asumidos normalmente en la actualidad, no son un logro de la
derecha. Lo bueno del día a día de nuestra sociedad del bienestar es
un logro de la izquierda, aunque algunos lo hayan olvidado. Además la
derecha tiene el defecto del estilo light. Y acostumbra a imponer una
versión mercantil de las cosas. Lo que no es malo en sí. Salvo cuando
se traslada a realidades no mercantiles.
¿Y los defectos de la
izquierda? ¿No tiene algún defecto la izquierda? Puestos a buscar y
rebuscar sólo encontramos uno, aunque muy abultado. Hubo un error
legendario, haber propiciado históricamente, con lamentable apreciación,
el triunfo de los nacionalistas. Sin el decidido apoyo de los
izquierdistas a los nacionalistas no habría sido posible el
nacionalismo en nuestro país. La izquierda, incomprensiblemente, se ha
aliado con -y ha hecho el juego a- los nacionalistas, y gracias a aquélla,
hoy gozan de éxito dichos nacionalistas. Estos, por si solos, no habrían
podido erigirse en los nuevos señores feudales de nuestro tiempo.
[1] Las páginas que siguen tienen como referencia el reciente libro del autor "España no es diferente" (Editorial Tecnos 2002), y se sitúan dentro del mismo estilo político-intelectual, didáctico, crítico y moderadamente satírico, de vocación europeísta. |
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