Abril de 2003 - Año No. 1 - Edición No. 4

Política

ESPAÑA, EUROPA Y LAS REGIONES [1]

 

Por: SANTIAGO GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ

Abogado. Profesor Titular de Derecho Administrativo.

Universidad de León.

España.

1. Lo bueno de Europa.

     En Europa, como en todos los sitios, hay bueno y malo. Existe la Europa que "nos gusta" y la que "nos disgusta". Acaso pueda disgustar que por ejemplo el idioma español no tenga igual condición que el inglés o incluso el francés o que Portugal y España no fueran habitualmente por separado.

     Existe también la Europa "que es verdad" y la Europa "que no es verdad". Cuando llega la hora de la verdad, por ejemplo cuando Estados Unidos suelta una de sus típicas misivas al mundo civilizado, se ve que cada Estado en Europa escapa por un sitio diferente. Y esto no es "europeo". Tampoco es verdadera la imagen que a veces da Europa, por ejemplo cuando dice favorecer el avance de las regiones. Sólo en España nos hemos creído esto. En los Estados europeos, salvo en el nuestro, las regiones son una quimera. Por eso, puede también hablarse de la "Europa del espejismo". Y el riesgo es que algún Estado no lo vea y se lo crea todo.

     También puede hablarse de la "Europa de la necesidad" y de la "Europa de la voluntad". De este modo, hay Europa para todos. Para quien tenga una vocación más ideológica (así solemos ser los latinos) se presenta Europa como un proyecto de justicia y solidaridad. Para quien, en cambio, sea más partidario de medir las cosas por su utilidad, o por el interés (así suelen ser los anglosajones) se oferta el argumento de la "necesidad de Europa". Y podrá ver la "necesidad" en la mayor rentabilidad económica que se obtiene ingresando en este club económico, en vez de actuar autárquicamente por separado; hasta los más escépticos no podrán negar que el invento de Europa es "necesario", para evitar guerras. Siempre Europa, hasta la Comunidad y después Unión, estuvo en guerras. Ahora hemos conseguido que hasta los vikingos estén en calma. Salvo los vascos que éstos son cosa aparte.

     Y es hora entonces de contar qué tiene, para quien les entretiene con estas breves líneas, de bueno Europa. Lo bueno de Europa es haber podido hacer reformas económicas y sociales importantes que, cuando menos en los Estados latinos, habrían sido imposibles de otro modo. Pensemos en la reconversión industrial, en la liberalización, en cualquiera de las reformas importantes que se han hecho en los últimos años. Ni una sola procede del endeble Estado español. En todos estos sectores hay poderosos sindicatos.

     Pensemos sobre todo en el carácter latino capaz de, a la mínima, salir a la calle y de vociferar y de montar ruidosas y escandalosas manifestaciones. ¿Cómo realizar reformas importantes en países latinos si no es gracias a Europa? El invento es bastante ingenioso. Cuando España realiza una reforma importante, Europa es responsable. Y, ante este corte de mangas, incluso los españoles más acostumbrados a la moda histórica de sublevarse contra el Estado, quedan perplejos, como desorientados sin saber cómo responder. Y, además, es verdad. Vayan Ustedes a Bruselas. Deja de ser responsable Madrid (esa pobre capital a la que los españoles parecen haberle cogido la sobaquera). Basta con una reunión de colegas en el país de los valones para acordar alguna reforma y despistar por completo a los más vocingleros, que en España lo son siempre de puertas adentro. El mérito no es en realidad de Europa. Es del ingenio de los Estados. Haber montado una instancia supranacional neutral hacia el interior y hacia el exterior (es decir USA en este caso). Acaso algo de esto sea lo que falta en Latinoamérica, es decir una instancia supranacional a la que imputar las decisiones y reformas necesarias, por ejemplo pagar impuestos y otras muchas. Los latinos, y sobre todo sus regiones, no respetan al Estado. Gracias Europa por poder reformarnos.

 

     2. Los grandes valores de occidente.

     Acaso se pueda ver cinismo filosófico en los siguientes argumentos, pero no veo razón para el mérito que suele concederse a los grandes valores políticos de nuestro tiempo.

     Los grandes valores de Occidente... éstos se proclaman cuando dejan de tener sentido.

     Los Textos constitucionales recogen algunos derechos, tales como por ejemplo la libertad de expresión o el derecho a crear libremente partidos políticos, cuando precisamente dichos derechos han perdido fuerza y hasta sentido, porque todos los partidos políticos dicen lo mismo, e incluso toda la gente también.

     Se reconoce la libertad religiosa cuando ya da igual ser de una religión que de otra. Por eso, mientras no lo fue, históricamente, no hubo tal derecho. Y, por eso mismo, cuando empieza a no ser indiferente (a la luz de la inmigración) seguro que habrá que hacer algún recorte en el sacrosanto derecho.

     Se proclama el federalismo cuando las regiones o los Estados federados no pueden ya oponer resistencia o carácter frente al Estado. Ahora bien, ¿por qué no proclama, por ejemplo la Democracia Inglesa, en el siglo XVIII, un derecho de libre segregación respecto del Estado inglés, en favor de Escocia o de Gales? En cambio, es o sería muy fácil proclamarlo hoy, después de quedar inerte la oposición posible.

     Después de haber uniformado las condiciones de vida y de haber construido los respectivos Estados a fuerza de golpe y porrazo contra los oponentes, entonces, inertes las oposiciones posibles, se proclaman los derechos.

     Las Constituciones de nuestro tiempo se explican por existir una base social donde ya no existen los planteamientos radicales. Sin rodillo previo, a la europea, no serían posibles aquéllas. Por eso, alardear tanto de derechos, en Occidente, acaso no esté bien.

     Casi siempre, a un derecho antecede históricamente un buen repaso de machete o guillotina. Sobre todo en el Norte y Centro de Europa, donde ha habido auténticos brutos hasta no hace mucho. La receta de Occidente es clara: eliminada la oposición y transcurrido un tiempo de enfriamiento, estamos ya en condiciones de proclamar el derecho, siempre, claro, que no resurja la llama.

     Por ello mismo, todo son problemas para un determinado Estado del planeta que proclame valores de este tipo y que no cuente con una base para ello por no vivir en el actual momento histórico.

     Y sin embargo alardea Europa frente a sus vecinos, con sus derechos, sus Constituciones y también sus federaciones cuando inertes están las regiones.

     Pero, incluso para las sociedades avanzadas europeas son válidos los planteamientos que estoy haciendo. Pensemos en un Estado en el cual se proclama el derecho a gozar de Autonomía en favor de las Regiones y, a diferencia de los demás Estados donde esto se proclama porque ya no sirve para nada proclamarlo (por ejemplo Alemania o Italia), en aquel otro Estado (ya sabemos cuál) en cambio las Autonomías alcanzan pleno sentido. Cuidado entonces con Occidente. Es como jugar peligrosamente con fuego. Horrible puede ser la experiencia. Se levanta el velo de Europa. Ignorantes quienes no conocieron el misterio de Occidente. Revive entonces vital su rudo y viejo carácter bruto. Y entonces la experiencia es peor que proclamar la democracia y el derecho a la vida en una tribu de caníbales enfurecidos. Te comen.

 

     3. La crisis del Estado.

     Desde hace unas décadas parece como si el "Estado" fuera una especie de diana donde van a parar dardos de diversa procedencia.

     Que exista una crisis del Estado no nos parece del todo preocupante ni criticable si se trata de un mal general que padecemos todos en común. Cosa distinta es que sólo en un determinado Estado, pienso lógicamente en el nuestro, dicha crisis presente una especial intensidad. Entonces nadie podrá resistirse al argumento de que dicha crisis estaría injustificada.

     Es conveniente considerar conjuntamente los factores que a mi juicio son responsables o causantes de la crisis del Estado, para concluir con alguna reflexión sobre el caso español.

     Primero, puede mencionarse la "globalización", desde un punto de vista internacional, así como la "Unión Europea". Es evidente que ésta en mayor medida, y aquélla en parte, suponen una pérdida de poder del Estado, aunque también, cada vez más, se observa que los grandes Estados europeos desean una compatibilidad entre la realidad del Estado y la realidad de Europa.

     Segundo, puede destacarse el fenómeno de la "liberalización y de la privatización". Ambas tienen como lógica consecuencia una reducción de la presencia del Estado. Antes de manifestarse dicho fenómeno, aquél tenía una mayor influencia en el plano social y económico, con apoyo de la institución del servicio público. Este le permitía asumir, a dicho Estado, la responsabilidad de que determinadas necesidades básicas de la población quedaran a cubierto (electricidad, transporte, etc.). El poder público llegaba a ser incluso gestor de estas actividades. Es notorio que la liberalización y la privatización provocan una reducción de la presencia del Estado y de la Administración en general. Actualmente, el Estado se convierte en un simple "regulador". Los servicios públicos pasan a configurarse como mercados aunque con componentes inevitablemente públicos. Y algunos discuten, incluso, el papel del Estado como instancia reguladora, invocando la "desregulación o la autorregulación", conceptos que representan la culminación del fenómeno.

     Tercero, desde un punto de vista interno, las regiones suponen, igualmente, un factor de crisis del Estado. Las regiones avanzan a costa de reducir las competencias de los Estados. Son también, evidentemente, un factor de crisis.

     Es significativo que regiones y Estado no se miden por el mismo patrón. Por ejemplo, a nivel estatal la sociedad no toleraría, lógicamente, que siempre gobernase el mismo partido político. Esto pondría de manifiesto que la democracia no funciona. Pensemos que, desde el advenimiento del Estado constitucional, siempre hubiera ocupado el poder el PP o el PSOE. Y, sin embargo, acaso haya llegado la hora de decir que una Autonomía donde siempre gobierna el mismo partido (véase Andalucía con el PSOE, Castilla y León o Galicia con el PP o Euskadi con el PNV o Cataluña con el CIU) no funcionan las reglas democráticas de alternancia de los partidos políticos.

     Siendo las regiones hoy un factor nuevo de crisis del Estado, en cambio, curiosamente, han desaparecido otro tipo de riesgos, para el Estado, tales como corrientes políticas o ideológicas en auge a principios del siglo XX que negaban el Estado.

     No entro a valorar si todos estos factores son o no correctos. Y ni siquiera quiero poner en duda el acierto de la presente "crisis". Acaso haya sido conveniente una dieta de adelgazamiento del Estado.

     En cambio, el sentido común nos dice que censurable es, sin embargo, si un factor determinado causa una "excesiva" crisis del Estado en un país determinado que no se manifiesta en los demás. Se produciría entonces un desequilibrio injustificado, una excesiva crisis del Estado. Acaso esto pudiera discutirse, en torno al factor de la liberalización o la privatización, en el Estado argentino, por ejemplo.

     Y puede discutirse, en torno al factor regional como crisis del Estado, en el caso español. El hecho regional, como factor de crisis del Estado, no es en cuanto tal criticable. Pero lo es cuando adquiere un protagonismo que no se manifiesta en otros Estados.

     Hablan algunos incluso de Estado federal. Alemania lo es por ejemplo. Pero plantear este debate exige una base política y social para poder hacerlo. Y el problema es que en España falla la base. Y nadie puede pretender empezar a construir la casa por el tejado.

 

     4. La Constitución ¿del consenso?

     Cuando se dice que la Constitución es la Constitución del consenso, creo que el término no se está utilizando tanto en su sentido genuino de "asenso o consentimiento de todas las personas" como en el sentido posible de "punto de encuentro entre voces no coincidentes y dispares entre sí".

     La Constitución viene a ser un Texto de consenso en sentido histórico, porque en el momento de su promulgación había posturas que se encontraban en la Constitución como Texto que se situaba en un punto medio de posturas que para la mayoría eran extremas. Posturas nacionalistas españolas antiautonomistas, por un lado, y posturas nacionalistas regionales más que autonomistas, por otro lado. En este momento es claro que la Constitución es una Constitución de consenso entre ambos extremos, sin perjuicio de las posturas, mayoritarias, que representaban el epicentro mismo de la Constitución (socialistas, UCD) a pesar de sus diferentes opiniones.

     Ahora bien, ¿esto es hoy así? ¿Sigue siendo, en realidad, la Constitución un Texto de consenso?

     En pura lógica argumental, es discutible si puede hablarse de consenso cuando sólo hay ya dos grupos, pasando el primero de los cuales a representar, sin más, el Texto constitucional (los partidos democráticos), mientras que el otro se sitúa al margen del mismo (los regionalistas-nacionalistas extremos). La Constitución dejaría de ser, entonces, un punto medio de encuentro. Es el "punto" de una de las dos partes. Y todo esto creo que se está olvidando cuando se habla del famoso "consenso".      En pura lógica, para que hoy pudiera hablarse de consenso sólo cabrían tres posibilidades.

     La primera, que existiera un grupo de opinión (sobre todo de intelectuales) disconforme con las Autonomías y que propiciara, por ejemplo, el retorno al modelo político francés o, en términos nuestros, al modelo político liberal, es decir el modelo anterior a la República española, modelo francés continuado por inercia también después de ésta. Entonces, la Constitución volvería a ser una Constitución de consenso, porque sería el encuentro entre dos posturas "extremas".

    

 

  

 

La segunda, que los extremistas nacionalistas abandonaran su radicalismo. Entonces, la Constitución sería también un texto de consenso porque representaría por entero las distintas posiciones posibles.

La tercera, que el Partido popular afirmara que su posición no coincide (o que no coincidió) exactamente con el modelo de las Autonomías, a diferencia de lo que en su día propugnaron los socialistas sobre todo y la UCD y la mayor parte de los nacionalistas-regionalistas de entonces. Conforme a esto, el Gobierno actual de la Nación respetaría fiel y lealmente el Título VIII de la Constitución, aunque no le convenciera en todos sus extremos. También entonces se podría hablar correctamente de consenso porque la Constitución sería un punto medio entre posiciones no plenamente convencidas con el modelo que propugna la Constitución.

     Acaso lo ideal sería que las tres opciones que acabo de plantear empezaran a manifestarse conjuntamente, aunque fuera tímidamente. Cuando menos, o se da una de las tres opciones, o no parece ser fácil hablar de consenso, sino de "deseo de consenso", o de "consenso histórico", o de algo similar, porque no hay tal consenso cuando dejan de existir posturas que se encuentran en un punto medio de equilibrio que es el Texto constitucional.

 

     5. El nuevo método del interés.

     Desde una posición de espectador es curioso observar el fondo de las distintas reacciones que se están produciendo en torno a la crónica de la guerra anunciada contra Irak.

     En los países hispanos o latinos suele estar presente de forma especial, en este tipo de casos, un argumento o valoración de "justicia" en torno a guerras como éstas. La cuestión es si es injusta o es justa la guerra contra Husein. A este argumento de justicia hoy se suma también decisivamente el argumento de la "indiferencia". A muchos les da igual todo esto de las guerras, con tal de que no les afecte.

     Pero no observo que se manifieste el argumento del "interés". La cuestión para debatir sería: la Guerra contra Irak ¿interesa o no interesa a España? Nadie parece plantearse el tema en estos términos. Acaso pesa la historia. En nuestro país, como en otros latinos, los planteamientos en sentido histórico se han movido en términos de justicia o injusticia. De guerra santa o nada.

     En cambio, a los anglosajones estos planteamientos de justicia les han resbalado desde siempre. Si algo caracterizó al pensamiento inglés, cuando este surgió conmocionando los modos de pensar latinos al uso, fue su abrumadora insistencia en el "interés" como móvil de cada ser viviente y su rechazo por los enfoques o planteamientos de justicia.

     Ahora que los latinos nos hemos vuelto anglosajones seguimos siendo latinos en el descuido por el "interés" como argumento principal de debate. De ahí que, conociendo el auge de lo anglosajón, me apresuro por mi parte a escribir estas líneas a fin de recordar a todo el mundo cómo se piensa en Gran Bretaña o en Estados Unidos para que todos cambien de chip también en esto y utilicen el método anglosajón del interés.

     Me permitiría aventurar que también en este caso, para Gran Bretaña o Estados Unidos, la Guerra contra Irak es en el fondo una Guerra de interés. Sobre todo, como siempre, de intereses económicos me imagino. Los anglosajones son, como dije antes, especialistas en recubrir cuestiones de interés con planteamientos de justicia y a veces ni eso.

     Aplicando esto a España y al tema de las Guerras, la cuestión sería observar qué "interesa" más a España. ¿Nos interesa tener debilitados a los moros? No lo sé. En tal caso sería magnífico que los americanos nos hicieran casi gratis una guerra que no nos viene mal. Pero lo importante aquí es sólo plantear en general la sustitución del habitual "método de la justicia" por el "método del interés". Acaso fuera aplicable este nuevo método a nuestro modelo territorial de las autonomías. ¿Nos "interesa" a todos contribuir al porvenir general o es mejor estar a codazos todo el día confiando en que alguien venga del exterior a ayudar a cada cual?

     Seguramente este afán latino en las ideologías, las banderas, la justicia, la independencia patriótica, la búsqueda de apoyo en el extranjero, provoca la profunda hilaridad a los nórdicos del "interés". Es como ver al competidor en el trabajo que no nos causa rivalidad porque siempre está con discordias internas. Más bien, la hilaridad provocábamos, a los nórdicos "del interés", cuando antaño venían a visitarnos y nosotros los sureños "de la hospitalidad" les ofrecíamos gratis cuanto teníamos en nuestros frigoríficos o despensas. Qué risa tenían que pasar mientras redondeaban el ombligo.

     Ahora bien, se advierte que el método del interés está llegando decididamente a nuestro entorno. De momento, parece haberse manifestado a través de una singular tendencia, según la cual ciertos sujetos de provincias o de Madrid apoyan las tesis de los nacionalistas. Y explicar esto es imposible si no es aplicando el "nuevo método del interés".

 

 

     6. Las tradiciones.

     El concepto "tradición" es uno de esos típicos conceptos de hoy que están permitidos en otros países, pero no en el nuestro. Si uno dice que Inglaterra es un pueblo muy tradicional no pasa nada y lo mismo si uno se refiere a los bávaros o a cualquier otro. En España en cambio no suena bien. Y por tanto no se emplea.

     El tema no tiene en principio mayor trascendencia. Al fin y al cabo daría lo mismo, si no fuera porque, precisamente, en nuestro país, uno empieza a estar hasta el gorro de tradiciones. Precisamente, como digo, en un país como el nuestro donde, al parecer, no existían las tradiciones. Se desplaza uno cien kilómetros a derecha o izquierda del mapa. Y ya estamos con las tradiciones propias y diferentes.

     Tampoco todo esto tiene mayor transcendencia. Daría lo mismo, si no fuera porque frente a estas nuevas tradiciones, muchas veces ficticias, uno no puede decir nada. Sinceramente, uno empieza a envidiar al señor de la gaita o al intransigente de la boina. Basta con ponerse vestidos y un fajín y decir dos palabras en baturro para ser un Dios. Ciertamente, ya de puestos, uno preferiría menos ropa. Creo que fue en los años setenta y en los años veinte cuando más se instaló la moda de los bikinis y similares. Estas modas estaban mejor. Las gachís estaban en forma y se veían sus buenas herramientas. Pero éstas de ahora, tan tapadas, con esos trajes. Y ellos, con esas gaitas...   Cuando las tradiciones se traducen en comer y beber bien, vale también. Pero cuando al final de la comida empiezan con el bable o el andalusí, ya estamos, que uno no puede ya ni hacer la digestión.

     Las tradiciones están bien. Pero, todo lo bueno puede llegar a cansar. El barroco dio paso al clasicismo y del clasicismo pasamos al romanticismo, porque los estilos se cansan y la gente y el gusto también. Podría aventurarse que, tras el auge las tradiciones, vendría la calma y el reposo. Pero, las tradiciones hispánicas rompen todos los moldes del pasado. Son infatigables. Son más recias que un clasicismo o un barroco. Ni el Imperio romano consiguió tanta firmeza. Los regionalistas no se agotan nunca. ¿Cómo explicar este fenómeno? ¿Estaremos en verdad ante tradiciones que rompen los moldes históricos? ¿Acaso ante algo diferente, un negocio por ejemplo?

     "Tradición y asfalto", dice el lema bávaro con el que este pueblo gusta definir su Estado. Y es que en España, hoy, falta tradición y, sobre todo asfalto, y sobran tradiciones. La gente invierte el tiempo en aprender dialectos y bailar danzas que poco provecho acarrean al país. El nuevo opio del pueblo. Las tradiciones vienen a darse en aquellos pueblos incapaces de entender el concepto más elevado de tradición. Mientras que en otros países hay tradición, en el nuestro hay tradiciones. La diferencia entre tradición y tradiciones viene a ser la diferencia entre el mundo ilustrado tolerante y el mundo popular intransigente.

     A diferencia de las tradiciones, el quid de la "tradición" está en embalsamar un día aquello que puede hacer retrasar el progreso. Por eso se embalsama, y se venera lo embalsamado una vez al año, como tributo por haberlo eliminado. Es una especie de acción de gracias: gracias porque te hemos quitado del medio y así hemos progresado. La tradición conserva el mito arcaico del noble sacrificio. Las tradiciones en cambio son un continuo sacrificio. Una vez al año la tradición es exigible, para no perder el espíritu, para rendir tributo al pasado y pensar en el futuro. Eso, por cierto, una vez al año y no todos los días, ensayando, metiendo ruido e incordiando a quien no sabe bailar la gracia.

 

     7. Las derechas y las izquierdas, con perdón

     Las izquierdas, como las derechas, tienen sus virtudes y sus defectos. Gracias a la izquierda, sus reivindicaciones, sus quejas y protestas, hemos conseguido una sociedad más igualitaria y más justa. Gracias a la izquierda vivimos mejor. Tenemos la posibilidad de casarnos y divorciarnos cambiando de marido o de mujer como quien cambia de coche o de televisor. Sin la izquierda no podríamos ver pelis porno y seguiríamos todavía escandalizados cuando en la pantalla saliera un tobillo o un escote mínimamente pronunciado. Gracias a la izquierda no hay censura y uno puede decir lo que quiera siempre que no se ofenda a los que mandan o a los principios del régimen establecido, o a algún marica porque entonces serías carca. Gracias a la izquierda no sólo abortan los ricos y además podemos viajar a Rusia y comer naranjas de la China. Y podemos adoptar el sexo contrario o podemos ver por la calle curiosas y entretenidas parejas de muchachas, una sumisa y la otra llevando peto y pantalón. Y ya no tenemos que rezar el padrenuestro en los colegios. Y la sanidad tiene largas colas que demuestran que la salud es para todos. Y se pueden comprar condones en las gasolineras. Y los niños tienen el derecho de estudiar menos. Gracias en el fondo a la izquierda, hasta las playas son más divertidas y las mujeres y los hombres, modernizan sus formas y modos de vestir y llevan corbatas de lunares con elefantes o con Mickey Mouse, a diferencia de aquellas otras corbatas negras y tristes camisas blancas de antaño. Todo esto y mucho más debemos a la izquierda.

     En general, los grandes retos sociales, asumidos normalmente en la actualidad, no son un logro de la derecha. Lo bueno del día a día de nuestra sociedad del bienestar es un logro de la izquierda, aunque algunos lo hayan olvidado. Además la derecha tiene el defecto del estilo light. Y acostumbra a imponer una versión mercantil de las cosas. Lo que no es malo en sí. Salvo cuando se traslada a realidades no mercantiles.

     ¿Y los defectos de la izquierda? ¿No tiene algún defecto la izquierda? Puestos a buscar y rebuscar sólo encontramos uno, aunque muy abultado. Hubo un error legendario, haber propiciado históricamente, con lamentable apreciación, el triunfo de los nacionalistas. Sin el decidido apoyo de los izquierdistas a los nacionalistas no habría sido posible el nacionalismo en nuestro país. La izquierda, incomprensiblemente, se ha aliado con -y ha hecho el juego a- los nacionalistas, y gracias a aquélla, hoy gozan de éxito dichos nacionalistas. Estos, por si solos, no habrían podido erigirse en los nuevos señores feudales de nuestro tiempo.  

     No pasa nada por reconocer un error. No hace tanto el Papa pedía perdón por no recuerdo qué, e incluso un Ministro también pedía perdón por el anómalo funcionamiento del aeropuerto de Barajas. En este nuevo ambiente, es decir la "política del perdón y no pasa más", ¿cómo es que la izquierda no nos pide perdón por este error histórico que tan caro nos está costando? Hoy el Estado de las Autonomías ya no tiene vuelta atrás. Pero, reconozcamos los errores históricos de cada cual. Fue un error, del español medio en general y de la izquierda en especial, confundir y meter en el mismo saco la defensa de las libertades (de expresión, religiosa, etc.) y la defensa de los derechos de las regiones. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Un error, ciertamente, incomprensible que la izquierda española manifiesta tenazmente durante todo el siglo XX, sin entrar en detalles. Uno no se imagina, a las izquierdas francesa o italiana o alemana avivando la llama de los regionalistas en sus países respectivos, promocionando dialectos o hasta inventando lenguas o engordando fueros o derechos y tradiciones y prerrogativas. En todos los Estados europeos, la izquierda significa progreso y libertad. Pero en ningún Estado europeo la izquierda se ha dedicado a hacer el juego a minorías regionalistas para que éstas ganen posiciones en contra del Estado.

 

    [1] Las páginas que siguen tienen como referencia el reciente libro del autor "España no es diferente" (Editorial Tecnos 2002), y se sitúan dentro del mismo estilo político-intelectual, didáctico, crítico y moderadamente satírico, de vocación europeísta.

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