Diciembre de 2004 - Año No. 3 - Edición No. 12

 

 

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POLÍTICA

 

EL DERECHO A LA REBELIÓN.

 

 

Etsuo Tirado Hamasaki

España.


 

Teólogos, juristas e historiadores, conocen el pensamiento de Sto. Tomás de Aquino y del Padre Mariana, así como de otros autores católicos, que han escrito sus enseñanzas acerca del derecho que tienen a la legítima defensa, no sólo los individuos y las familias sino la sociedad misma, y que se ejemplifica en el derecho y hasta la obligación de castigar a los malhechores, de hacer la guerra justa, y de rebelarse contra los malos gobernantes.

"Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César". Fuera del Nuevo Testamento, en ningún otro libro sagrado hay alguna afirmación semejante. Mientras que muchas religiones han sido instrumento de sumisión incondicional al gobernante, al grado de ser "religión de Estado" y otras doctrinas religiosas han sido fuente de sedición, sólo el cristianismo ha enseñado el deber de respetar a la legítima autoridad, y al mismo tiempo defendido la autonomía de la religión. Los valores religiosos y los derechos de Dios no pueden estar subordinados a los caprichos del gobernante o depender de su concesión graciosa, el gobernante tiene la obligación de respetarlos. Estas ideas novedosas están ya presentadas, en forma clara y provocadora, en los Evangelios y en las Epístolas de San Pablo.

A partir de estos principios, se ha elaborado todo un edificio conceptual. Tampoco encontraremos nada semejante, ni en volumen ni en profundidad y rigor racional, en otras religiones o doctrinas, incluyendo las ideologías agnósticas o ateas que han pretendido sustituir a las religiones.

Teólogos, juristas e historiadores, conocen el pensamiento de Sto. Tomás de Aquino y del Padre Mariana, así como de otros autores católicos, que han escrito sus enseñanzas acerca del derecho que tienen a la legítima defensa, no sólo los individuos y las familias sino la sociedad misma, y que se ejemplifica en el derecho y hasta la obligación de castigar a los malhechores, de hacer la guerra justa, y de rebelarse contra los malos gobernantes.

La doctrina católica acerca de la legítima defensa seguramente es bien conocida por los lectores de éste artículo, por lo que no entraré en detalles. Comentaré de paso que sólo un monarca católico como el rey de España, que en ese entonces gobernaba el imperio más grande que se haya conocido, podría haber tolerado, como lo hizo, que un súbdito escribiera y enseñara en una universidad dentro de sus dominios, sobre el magnicidio.

Mi propósito es señalar en éste y otros escritos futuros, la relación que existe entre varios ejemplos históricos de una defensa, que surge espontánea entre el pueblo católico cuando es oprimido por un mal gobierno, un gobierno que además se manifiesta claramente perseguidor de la fé. Seguramente habrá otros ejemplos de resistencia armada, como los hay muchos otros ejemplos, mejor conocidos, de limitarse a presentar la otra mejilla y dar el insuperable testimonio del martirio. Y hay otros ejemplos más recientes, tampoco exentos de martirio, de resistencia civil, no armada, como el de la heroica Polonia a fines del siglo XX, que condujo finalmente al desmoronamiento de la URSS y su imperio soviético. No pretendo ser exhaustivo. Lo que quiero destacar hoy son los casos en que habiendo resistencia armada, también hubo martirio, concurriendo los criterios de guerra justa, rebelión contra mal gobierno y testimonio cristiano ante la persecución por odio a la fé.

Pondré primero las características en común entre las guerras de la Vendée (Francia, 1793), la Cristiada o guerra cristera (México, 1926-1929) y las guerras carlistas (España, 1833-40, 1846-48, 1872-76) Los tres casos son poco conocidos y peor comprendidos fuera de pequeños círculos, y en el mejor de los casos por lo general sólo se conoce la epopeya del propio país y muy poco la de los otros.

Ocurren todas ellas en países católicos que acababan de sufrir revoluciones (revolución menos obvia, pero no menos real, en el caso de España) que llevaron al poder a grupos minoritarios de orientación masónica y abierto odio a la fé católica. Estos poderosos intentaron reducir la religión a la vida privada o cuando menos a las ceremonias pero negándole a la Iglesia el poder influir en la vida pública ("hagan cosas bonitas que entretengan a la gente pero no pretendan decir lo que está bien o está mal, si no lo dice antes el gobierno"), y con gran voracidad la despojaron de sus medios, desprotegiendo a los pobres que se beneficiaban de las obras sociales de la Iglesia. Aquellos clérigos que se prestaron a servir sólo como ornato, como elemento decorativo, entre los que no faltaban algunos de conducta licenciosa, no fueron molestados e incluso se les colmó de honores y privilegios. Los obispos y sacerdotes que tuvieron de valor de cumplir con su ministerio, sobre todo los que se atrevieron a hacerlo entre los más pobres, especialmente en el medio rural, fueron perseguidos e incluso asesinados. De nuevo, esto fué menos patente en el caso de España en el siglo XIX, que en esos años tenía una reina católica, aunque era más bien un títere en manos de los liberales.

Ante la persecución religiosa, en los tres países se dan levantamientos espontáneos, predominantemente en el campo (aunque en el caso de España y México hay alguna participación, menos importante, de sublevados en las ciudades) Por eso se ha intentado explicar estos movimientos como rurales, explicación simplista muy apreciada por los teóricos marxistas, pero que llama a engaño. Se acusa al clero de hostigar, provocar o dirigir estos levantamientos cuando en realidad en ninguno de esos casos fué así, más bien la participación del clero fué escasa y predominantemente de apoyo espiritual una vez iniciada la rebelión. Muy pocos sacerdotes tomaron papel activo de tipo militar y mucho menos como dirigentes militares (aunque se dieron algunos casos) En su gran mayoría, los sublevados eran gente pobre, con poca participación de la nobleza (en Francia y España) o de los ricos propietarios (en México). En Francia y España son movimientos nominalmente monárquicos, pero con una imagen romántica e idealista de la monarquía, donde pesa más bien lo que después se llamaría la "doctrina social católica" que una forma de gobierno o los derechos dinásticos. En el caso de México, no se lucha por una forma de gobierno pero se lucha y se muere al grito de "¡Viva Cristo Rey!". En los tres casos, la devoción al Sagrado Corazón está muy difundida. Esa devoción no es fortuita ni un mero sentimentalismo: es el resultado y el signo de una nueva vitalidad en las iglesias locales. En la Vendée, un siglo antes, San Luis María Grignion de Montfort, terciario dominico, había hecho una intensa labor de evangelización. En España había núcleos que habían conservado viva la fe de sus mayores a pesar de los intentos de infiltración de ideas "ilustradas" traídas por los afrancesados. En México, la Iglesia logra recuperarse de los estragos de la guerra civil que aquí se conoce como la Independencia (1811-1821), que dejó numerosas sedes episcopales vacantes y muy reducido el clero, y la feroz persecución jacobina de las guerras de Reforma en los años 50 del siglo XIX. En el último tercio del siglo XIX, y los primeros años del XX, la iglesia mexicana creció, no sólo en número de obispos y sacerdotes. Mejoró la formación de los sacerdotes, se introdujo la Doctrina Social de la Iglesia, los laicos se involucraron y nacieron los sindicatos católicos, más tarde se creó la Acción Católica...

Las organizaciones laicas que había pudieron contribuir, más que una presunta instigación del clero, a los levantamientos. Sin embargo, más que una organización, más que un plan, los levantamientos a los que me refiero en este trabajo ocurren en forma natural, cuando las personas sencillas, comunes y corrientes, se indignan ante los atropellos de la autoridad civil. Esta reacción es posible por la consciencia que había, entre estos católicos pobres y con pocos estudios, de la dignidad de la persona y de la responsabilidad que cada uno tiene, por sus hermanos y por el tiempo que le tocó vivir. Por su "edad", por su "época", o como se diría ahora, por su "momento histórico". Por lo general iniciaron en forma espontánea pequeñas partidas que luego fueron tomando alguna forma de organización militar. Siempre estuvieron mal armadas y peor municionadas. En el caso de la Vendée y de los carlistas, la carencia de artillería y sobre todo de pólvora para ella, fué siempre crítica, en el caso de los cristeros no hubo artillería alguna y solo ocasionalmente alguna ametralladora, también con angustiante escasez de munición. Las armas, y con mayor razón la munición, por lo general se conseguían tomándolas al enemigo. Los ricos, incluso los ricos identificados como católicos, hasta piadosos, prefirieron mantenerse al margen. Las aristocracias, en los tres países, mayoritariamente se pusieron de parte del gobierno. Con tan pocos medios y sin conocimientos técnicos, los alzados hicieron una guerra irregular e improvisada. La constante fué la sorpresa a un enemigo que dominaba las ciudades y las carreteras, pero que conocía poco el país y que no contaba con apoyo popular, a diferencia de los alzados. Golpes de mano audaces teniendo que abandonar el campo por la imposibilidad de conservarlo, y la práctica habitual de dispersar el "ejército" después de una acción importante.

Estos ejércitos improvisados, de gente sencilla y pobre, sin financiamiento, abandonados por las grandes potencias: Francia, Inglaterra, los EU (potencias que en cambio apoyaron a los gobiernos inicuos en dos de los casos: Inglaterra a los liberales españoles, EU a los "revolucionarios" mexicanos)... ejércitos que luchaban casi sin armamento, constantemente sin municiones... pusieron en jaque a ejércitos más numerosos, con todo el aparato del Estado, con dinero, armamento moderno para la época, abundante munición, espías, etc., etc. y llegaron a hacer temblar a los usurpadores, que vieron factible perder el poder que detentaban. Con el tiempo, estos ejércitos populares católicos mejoraron su organización y adiestramiento, aunque sin resolver el problema de conseguir suficientes armas y municiones. Sin embargo, en los tres casos, cuando parecía que podían haber estado cerca de la victoria militar, las cosas cambiaron. Habían resistido heroicamente, y fueron entregados. Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz, pero Dios escribe derecho con renglones torcidos. Sus caminos no son nuestros caminos, y sus criterios de triunfo o de fracaso son muy distintos a los criterios humanos. Escapa al alcance de este trabajo analizar cómo fué que estos ejércitos populares entregaron sus armas y se disolvieron, el hecho es que no se les concedió la victoria política o militar.

A diferencia de los revolucionarios de sus respectivas épocas, los sublevados católicos no practicaron el pillaje ni se convirtieron en bandidos después de su derrota militar.

El apoyo popular fué auténtico en los tres casos, los alzados recibían apoyo de todo tipo de parte del pueblo, un apoyo con el que los marxistas siempre han soñado (en vano) y que motivó a que los gobiernos injustos contra los que combatían, practicaron políticas de movilización de la población, incluso de "campos de concentración" (al menos en el caso de México), de represalias a civiles con uso habitual de la tortura, arrasamiento de campos y depósitos de alimentos, hasta llegar al abierto genocidio. Esta represión, de la que hoy prácticamente nadie habla, se dio contra no combatientes, contra mujeres y niños, sacerdotes y ancianos, y contra gente que no tenía nada que ver con la rebelión armada. Tanto en la Vendée como en México se dieron casos de auténtico martirio, y no han sido pocos los que han sido elevados a los altares. En el caso de España en el siglo XIX, al ser nominalmente católico el bando liberal, fué menos notorio el carácter de persecución religiosa (hubo asesinatos de religiosos y quema de iglesias pero no en relación directa con las guerras carlistas), en cambio estas características de saña, crueldad y odio a la fé se dieron claramente en la represión roja, durante los primeros años de la República y durante la guerra civil. La experiencia de las guerras carlistas en el siglo XIX, y la experiencia en ese momento reciente de la guerra cristera, contribuyen a que el levantamiento popular de 1936 contra quienes detentaban el poder de la república, fuera un movimiento mejor organizado. A diferencia de los tres casos a los que he querido referirme en este trabajo, la Cruzada de 1936-39 tuvo éxito, no sólo en términos militares y políticos, sino en construir una sociedad que sin ser perfecta (ninguna sociedad humana lo es) estuvo innegablemente inspirada por una mentalidad católica. No puede negarse que la sociedad que se desarrolló a partir de 1939 representó un gran avance respecto a los últimos 150 años, no sólo en términos materiales (que también lo fué) sino humanos y morales.

Pero sigamos con las características en común de los tres casos que estamos estudiando (Vendé, carlistas en el siglo XIX, cristeros en México a principios del siglo XX):

La escasez de militares profesionales (más patente en el caso de Francia y México que en el de España) entre los alzados, (aunque los hubo, y brillantes Zumalacárregui en la primera guerra carlista, Gorostieta –otro vasco- en la primera guerra cristera) hizo que surgieran jefes militares improvisados que dieron punto y raya a los militares profesionales del gobierno. Los militares profesionales entre los rebeldes fueron pocos y por lo general cayeron prematuramente. La pérdida de los dirigentes con mayor valor militar (Rochejaquelein muerto al quedar aislado en el campo de batalla, Zumalacárregui a causa de una bala perdida en el sitio de Bilbao, Gorostieta asesinado en una emboscada) contribuyeron, sin ser causa definitiva, a que no se lograra una victoria militar contundente. Al menos esa sería la explicación humana, pero no tiene caso perdernos en futuribles.

La piedad auténtica, el conocimiento sencillo y a la vez profundo de las Escrituras y la Tradición, con constante referencia a ambos componentes del depósito de la fé, el convencimiento de que Dios nos apoya porque estamos en guerra justa por El, y la frase, tan citada pero tan mal comprendida de que "tenemos obligación de luchar pero no de vencer", que no es invitación a la dejadez, mediocridad o falta de ambición, mucho menos irresponsabilidad a la hora de empeñarse en la lucha, sino la comprensión de que todo, la Historia misma, está en manos de Dios, que uno debe poner todo de su parte pero que el resultado en última instancia depende de Dios, y El tiene sus designios, sus caminos tan diferentes a los de nosotros los hombres, de manera que lo que parece triunfo o derrota para los criterios humanos, no necesariamente lo es ante El.

La falta de crueldad, la generosidad con los enemigos y los vencidos, que sólo cambió (en algunos casos) ante la salvaje ferocidad de la persecución. En las guerras carlistas, se dio lugar a represalias y a lucha sin cuartel, únicamente como respuesta a actos inauditos con los que los liberales pretendían aterrorizar a la población que apoyaba a los carlistas. En el caso de la cristiada, la traición del gobierno "revolucionario" que no sólo no respetó los acuerdos, sino que asesinó alevosamente a miles de dirigentes cristeros que habían entregado las armas, provocó que algunos supervivientes se echaran de nuevo al monte, a "la segunda" (nunca se atrevieron a completar la frase "segunda cristiada" o "segunda guerra cristera") en la que la desesperación y la amargura llevó a algunos actos de crueldad pero que nunca igualaron a los sufridos a manos de los izquierdistas.

Habrá algunos otros puntos en común que los conocedores podrán resaltar –yo sólo soy un aficionado- pero me viene a la mente, para terminar, otra analogía común al menos a los casos de España y México, porque en Francia la historia se complica más y si se da algún parecido, lo ignoro. En España, los carlistas participan muy activamente en la Guerra de Liberación de 1936-39 y contribuyen a ganarla. Pero algunos sectores relacionados con el carlismo degeneran en la post guerra hacia posiciones de izquierda, incluso francamente marxistas, y de ese carlismo degenerado surgen algunos de los fundadores de ETA, que desde sus inicios no es simplemente terrorista (lo que ya la hace totalmente opuesta a la esencia del carlismo) sino específica y completamente marxista (en total oposición al catolicismo que siempre fué condición sine qua non del carlismo) Un nacionalismo exacerbado, fanático e impregnado de soberbia, y el extravío de algunos intelectuales católicos que los llevó a perderse en el "diálogo" con el marxismo, hicieron posible tan grotesca aberración.

En el caso de los cristeros, conocí hace más de 20 años a una nieta del general Gorostieta, que estaba perdida en un agnosticismo que me resultó poco comprensible hasta conocer a su padre, uno de los hijos menores del general, que en ese entonces (les he perdido la pista) era, o presumía ser, marxista. La única explicación que se me ocurre es que la ausencia temprana del padre (es decir, el gral. Gorostieta, quien fué asesinado por las fuerzas del gobierno), una infancia vivida en la pobreza y la amargura de la derrota, fueron circunstancias adversas mal asimiladas que lo llevaron a una actitud de adolescencia perpetua. Hay otros casos, de clérigos y legos de alguna manera relacionados por vínculos familiares, ambiente o lugar de origen, o pertenencia a organizaciones católicas, relacionados, digo, con una "herencia cristera", que en los años 70s y 80s derivaron a la izquierda y se extraviaron en la Teología de Liberación cuando no perdieron por completo la fé y se pasaron explícitamente al marxismo ateo. Los hay activos hoy día en la política mexicana, dentro y fuera de la ley, entre ellos Rincón Gallardo, antiguo dirigente de Acción Católica, converso a la extrema izquierda en los 60s, candidato marxista a la presidencia de México en el 2000, hoy instalado en el gobierno de centro izquierda, mal llamado de derechas, de Fox... y algunos implicados en el levantamiento "zapatista" de 1994. Estas defecciones son lo más doloroso y lo más difícil, si no de explicar, de aceptar.

Lo anterior es sólo un esbozo de algunas líneas de investigación que me han parecido interesantes y que están pendientes de recibir la suficiente atención (o en todo caso, la difusión de los resultados) de parte de los profesionales de la Historia.¢

 

 

     

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Actualizado el: 26 de noviembre de 2005

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