Con gran horror la comunidad académica
costeña conoció el viernes 17 de septiembre de 2004, el homicidio
del sociólogo e investigador barranquillero Alfredo Correa
D’andreis, como una prueba mas de la intolerancia que abunda en
nuestra sociedad agobiada por el crimen en todos los niveles.
Dedicado a la denuncia de la injusticia social, la inequidad, la
pobreza, el abuso y la violación de los derechos humanos, Correa
D’andreis encontró en la desesperanza de las clases sociales
marginadas su objeto científico de estudio y su mas empedernida
lucha.
Detenido en contra de todos los principios rectores del derecho
procesal penal, acusado de rebelión, por el Departamento
Administrativo de Seguridad (DAS) quien basó la orden de detención
en tres testimonios idénticos -exactamente con los mismos puntos y
comas- de reinsertados indocumentados, permaneció alrededor de un
mes en la ciudad de Cartagena de Indias, capital del Departamento de
Bolívar -al norte de Colombia-; vivió de cerca la discriminación del
mismo Estado por su peculiar forma de pensar diferente. Hecho este
que en definitiva marcó su muerte: una enorme pérdida para su
familia, y una invaluable privación para la comunidad académica
existente, junto a la que pretendemos conformar con jóvenes
participativos e inquietos por el conocimiento, y un cúmulo de
ideales progresistas que no tendrán el placer de escucharlo en una
de sus famosas clases en la Universidad del Norte o Simón Bolívar.
Los que tuvimos el placer de verlo caminar por los pasillos, hablar
con él, y participar en sus clases, conocemos la magnitud de su
muerte.
Sin embargo, este es sólo un ejemplo de las arbitrariedades que
cometen nuestras autoridades; mas de diez personas capturadas bajo
las mismas circunstancias, presentadas ante el país como
guerrilleros, y luego de algunos días puestos en libertad por falta
de pruebas, han sido asesinadas a sangre fría, muchos de ellos,
luego de ser torturados (Revista Semana).
Triste es saber que en Colombia todo el que piensa diferente, el que
denuncia con vehemencia la injusticia, el que no está de acuerdo con
los líderes políticos y económicos de este país, es guerrillero.
Luego entonces, resulta ser mas efectivo ser criminal, secuestrar
por años a inocentes, asesinar al que se me de la regalada gana por
no pensar como yo, vivir en la reinante impunidad, y sentarse en las
erradamente llamadas “mesas de negociación” para lograr el “perdón y
el olvido” de un Estado que patrocina la violación a los derechos
humanos y de propiedad, a través de supuestas leyes de verdad,
justicia y reparación (que mas bien es de mentiras, injusticia y no
extradición), mientras que las familias de las victimas reclaman por
una verdadera justicia.
Que lastima que los intelectuales de este país que acuden al tanque
del pensamiento para construir nación, terminen en el pavimento,
baleados y bañados en su propia sangre a manos del tanque de la
violencia, la intolerancia, el paramilitarismo y el narcotráfico,
aunados con una fuerza indestructible.
Jóvenes estudiantes y profesionales colombianos y del mundo,
despertemos! En la persistencia del pensamiento y las ideas, en su
difusión y masificación está la manera de lograr que algún día los
argumentos puedan vincular mas que la coacción y la fuerza, que
podamos insertar la tolerancia a nuestro actuar, para que
definitivamente erradiquemos la violencia de este planeta.
Recordemos que las revoluciones liberal y socialista y en general
todas las revoluciones del mundo, no se lograron sino con la
masificación de estas ideas al interior de las sociedades. O ¿dónde
ha quedado la enseñanza cómo filósofos y los grandes pensadores de
la calidad de Smith, Ricardo, Marx, Engels, Locke, Hobbes,
Maquiavelo, y Rousseau, incidieron en el éxito de las revoluciones?
¿Cuántos mas colombianos Gaitanes, Galanes, Pizarros, Gómez Hurtados
y Correa D’andreis deben morir para que podamos entenderlo?