Raúl
Benitez Ortega
Bogotá - Colombia.
Decía
Rudolf Hommes que en los escenarios de la ficción política, el Partido
Liberal estaría aguardando la caída de la popularidad y del unanimismo
que reina en torno al Presidente Uribe con el propósito de proponer un
acuerdo de gobernabilidad en la que el primer mandatario “cambiaría
su programa de gobierno para acoger el que le propuso Serpa al pueblo y
fue derrotado dos veces consecutivas”.
Hay que hacer claridad. En 1998 Serpa propuso un programa social
como camino para alcanzar la paz. Pero los colombianos, ilusionados por
una foto, creyeron que Pastrana ya tenía el borrador de un acuerdo de
paz con Marulanda. El evidente desengaño mostró una guerrilla
fortalecida, una violencia exacerbada y una falta de confianza en los diálogos,
lo que condujo a la conclusión de enfrentar a los violentos por los
caminos de la guerra. Por ello, el resultado electoral le fue favorable
a Uribe. Ya no se creyó en la fórmula del diálogo para alcanzar la
reconciliación nacional. Serpa insistió con un programa social
inspirado en la nueva Plataforma Política del Partido para resolver las
causas mismas de la violencia y propuso seguir con la fórmula del diálogo,
lo que rechazó mayoritariamente el país.
De manera que el derrotado fue Serpa y su visión sobre el manejo
del orden público y la seguridad nacional pero no el programa social ni
la Plataforma Política del Partido que se sustenta en los principios
del socialismo democrático, propuestos hace un siglo por Rafael Uribe
Uribe quien consideraba indispensable “abandonar los principios clásicos
del liberalismo individualista y darle a la colectividad un contenido
popular, democrático y justiciero”, a la vez que advertía que “ni
el papel para el Estado de simple espectador ni tampoco la fórmula que
convierta al Gobierno en único motor político y social, poseedor de
todo bien, iniciador exclusivo de todo progreso, cerebro y brazo del país,
monopolizador de sus energías”.
Pero vamos más allá. El Tiempo asegura que “las puertas para
buscar la reconciliación liberal ha sido el resultado de todo un
proceso que se inició el 26 de mayo de 2002, cuando Serpa, al perder
las elecciones, no decretó la oposición al nuevo Gobierno, sino que
habló de cooperación constructiva con independencia crítica”. ¿Cómo
así? ¿Acaso esa postura no era “ni chicha ni limoná”?. ¿No han
afirmado en los círculos políticos que el Partido Liberal está en una
indefinición sobre si es gobierno o no?
Para darle claridad al asunto, el Presidente Uribe resuelve
proponerle a Horacio Serpa que acepte la embajada en la OEA. Enseguida
saltan a la arena algunos liberales para afirmar que ese sería un
excelente escenario para Serpa y “una manera de prestarle un servicio
al país en el campo internacional, especialmente en el área de los
derechos humanos” y que “es un síntoma más de la reconciliación
liberal”. Otros se atreven a aconsejarle aceptar el ofrecimiento
“por seguridad personal y de su familia, porque es bueno tomar
distancia del país por un tiempo y como una oportunidad para aprender
de la diplomacia internacional”.
En pocas palabras, tras una velada amenaza a su seguridad, se le
está pidiendo a Serpa alejarse del país y del Partido Liberal y
someterse al imperio de la autoridad suprema de los Estados Unidos,
abandonando su lucha por la política social, la Convivencia Nacional,
los Derechos Humanos y la Paz de los colombianos. A Serpa no le debe
preocupar la responsabilidad que tiene con los serpistas sino con la
Patria y el pueblo colombiano. Si Serpa cree que se equivocó al apoyar
al Presidente Pastrana cuando estaba en su nivel más bajo de
popularidad para buscar una salida negociada al conflicto, no puede
creer esta vez que no se equivocará si apoya al Presidente Uribe en
momentos en que la popularidad del primer mandatario es
indiscutiblemente alta.
Según el senador uribista Jairo Clopatofsky “con el
ofrecimiento que se le ha hecho, Serpa no hipoteca sus convicciones”.
Pero aceptarlo es vestirle la mortaja al Partido Liberal. “Si entra a
defender una política que es contraria a la de él, es que Serpa cambió
de posición política”, dijo la senadora Piedad Córdoba. Razón
tiene Antonio Caballero cuando dice que “el actual uribismo de
Colombia forma parte de una deriva universal hacia el facismo, ante la
cual “no se alza ninguna resistencia. Ni política, ni civil. La
oposición ha desaparecido. Y ni siquiera es que haya desaparecido
aplastada por la represión, sino que ha desaparecido arrastrada por el
entusiasmo generalizado por la represión”. Como Núñez y la
Regeneración, con la Constitución de 1886, “este gobierno de Álvaro
Uribe está desmantelando uno por uno todos los avances democráticos,
sociales y civiles, y en fin de cuentas humanos obtenidos por la
sociedad colombiana”. En las llamadas zonas de rehabilitación, al
amparo de la conmoción interna, “se recortan las libertades
ciudadanas (...), se convierten en caricatura los controles democráticos
del poder, o simplemente se eliminan. Y si resulta que todo es
inconstitucional, como tímidamente señala la Corte, el Presidente dice
muy orondo que entonces habrá que volver a reformar la Constitución,
para que a él le acomode. Y hay más cosas: la cacería de brujas con
el pretexto de la defensa contra el terrorismo, la creación de un
Partido personal del Presidente, propio y a su medida, la desvergonzada
actuación del Fiscal General, cerrando expedientes sobre abusos
criminales de las autoridades, la destrucción del movimiento
sindical”. (Antonio Caballero, Revista Semana, 2/12/02). Entonces, el
Partido Liberal sí tiene muchos reparos que hacer a la política del
actual gobierno -y eso no es serpismo, es liberalismo socialdemócrata-.
El servicio diplomático que se le ofrece, buscaría ablandar a
Serpa para aconductarlo según la conveniencia de los áulicos del poder
presidencial que quieren un Partido único en Colombia y de los
intereses que, en más de trescientos puntos estratégicos para la
economía de los Estados Unidos, se hallan en suelo colombiano.
Democracia o totalitarismo, autodeterminación o dependencia ¡He ahí
el dilema!